José Luis López es la cuarta generación al frente del negocio
José Luis López es la cuarta generación al frente del negocio - BELÉN RODRIGO

Rejillería López, el taller que repara las sillas del Palacio Real

La familia López lleva desde 1887 trabajando este arte ya casi desaparecido. Por el taller han pasado piezas del Museo del Prado y del Casino de Madrid, entre otras

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La rejillería López es uno de los pocos talleres artesanales que siguen funcionando en la capital. En este local se repara la rejilla de todo tipo de muebles, sobre todo de sillas y butacas, un oficio cada vez más difícil de encontrar. «Antiguamente había muchas sillas, mecedoras, cabeceros de cama y cubre radiadores de rejilla, aunque ahora es menos habitual», reconoce José Luis López, la cuarta generación al frente del negocio. Su bisabuelo instaló en 1887 un taller en Corredera Baja de Madrid, donde se hacían todas las partes de la silla, «porque es como se trabajaba en esa época». Posteriormente fue su abuelo Camilo, tallista de profesión, quien siguió el negocio en la calle Preciados y más tarde se cambió a la calle Isabel la Católica número 7, donde se mantiene todavía el local.

Fidel, padre de José Luis, nació en la trastienda del comercio. Con solo 12 años se quedó sin padre y se puso a trabajar en el taller para poder ayudar a la familia. «En esta tienda han trabajado todos, hombres y mujeres», recuerda José Luis. Por entonces se realizaban diferentes trabajos pero tras la Guerra Civil se especializaron en la rejilla. Para esta técnica se utiliza el junco, que proviene de un árbol que se encuentra sobre todo de Asia y también de Sudamérica, e inexistente en Europa. «Es un material muy resistente, tiene mucha fuerza y tiene la ventaja de no dar calor», explica el propietario.

El padre de José Luis, Fidel, se quedó muy joven sin voz por un cáncer de garganta. «Así que mi hermano y yo nos pusimos a ayudar y en mi caso, más tarde, ya con 21 años, comencé a trabajar en el taller». Ahora se lamenta de no haber compartido con él historias de su familia, dada la enfermedad de su progenitor, para poder conocer más pormenores de sus antepasados. Lo que sí recuerda bien es su niñez al lado de su padre, acompañándole a las casas del barrio para arreglar muchas cosas, «como las persianas de madera. Íbamos con nuestra maleta de herramientas y ayudábamos a los vecinos», relata. Pero donde realmente funcionaba el negocio era con la rejilla.

Técnica manual

«En esta casa utilizamos la técnica manual para realizar rejilla. Primero porque era la única que había y después de los años 90, cuando apareció la prefabricada, seguimos trabajando artesanalmente» asegura la cuarta generación López. Para trabajar, además del junco humedecido, necesitan tijeras, pinchos «y sobre todo las manos». Para José Luis lo importante en un rejillero es que sea capaz «de hacer bien el trabajo, que quede fuerte y bonito». Él aprendió de su padre en una época en la que había muchos aprendices que se eliminaron con la llegada de la Democracia «y así se han ido extinguiendo muchos talleres», se lamenta.

Con la llegada de las nuevas tecnologías «muchas personas se piensan que pueden aprender a hacer todo rápido, como es el caso del arte de la rejillería». Y el resultado al final es que «me traen a arreglar lo que no han sabido hacer los otros. Creo que hoy en día no hay apenas rejilleros que sepan trazar un diseño de raíz», puntualiza. Aunque si en los años 60 y 70 al taller llegaban sobre todo pedidos de sillas u otros muebles nuevos, «ahora es al revés, son sobre todo reparaciones. Hace mucho que no me encargan trabajos desde cero».

Clientes

Entre las piezas que por este taller han pasado para ser restauradas se encuentran algunas “joyas” del patrimonio español, como es el caso de sillas, sillones y butacas pertenecientes al Palacio Real, al Casino de Madrid, al Museo del Prado o al Hotel Palace así como a varios ministerios. Y como clientes particulares ha recibido la visita en varias ocasiones de personajes o artistas como Lucía y Miguel Bosé, Ángela Molina, Miguel de la Quadra-Salcedo, Mingote o Forges.

En la mayoría de los casos sus clientes llevan a arreglar sillas y sillones, cubre radiadores y cabeceros de cama, «que pueden durar entre 40 50 años». Cuando la rejilla se rompe, «quito toda para hacerla de raíz y luego el tono de color se iguala al del resto del mueble». Además del valor del mueble en sí «en la mayoría de los casos tiene un valor sentimental importante para los clientes, porque suelen ser muebles que pertenecen a la familia», comenta José Luis. Dedica al menos un día para cada trabajo, «recuperar los muebles requiere su tiempo y solo tengo mis dos manos». Intenta cumplir el plazo de entrega de unos 20- 30 días, «en algunos casos los clientes no tienen prisa y son muy comprensivos», matiza. Lo precios de reparación varían mucho, en función del trabajo en sí y de la pieza donde hay que realizar la rejilla. En el caso de las sillas, entre 40 y 80 euros. Valores que aumentan cuando son piezas más especiales. Entre los trabajos que más le gusta realizar están los cabeceros de cama de sol porque «la rejilla sale del medio, imitando la figura del sol».

José Luis sabe que el futuro de este taller es incierto. «Lleva más de 100 años, ha sobrevivido a diferentes épocas, siempre todos trabajando, y ahora puede verse obligado a cerrar por el Ayuntamiento», señala. «Con los cortes del tráfico esto es muy complicado. He tenido suerte una vez, porque por aquí se puede pasar viniendo por San Bernardo, pero si siguen las restricciones me puede tocar. Y aquí necesitan el coche para dejar y buscar los muebles» añade. José Luis López tiene ahora 54 años y espera poder mantener el negocio hasta su jubilación. «En esa época mi hija tendrá 19 años. Por eso mi intención es que alguien se pueda quedar con este taller, vender el negocio, porque no me gustaría que desapareciera después de tantos años en mi familia».

Como tampoco sabe lo que puede pasar en un futuro, «porque a veces las cosas más antiguas vuelven a estar de moda», él sigue trabajando arduamente para todos sus clientes. Entre los consejos que les da cuando recogen sus muebles es el de cuidarlo lo mejor posible. «La mejor forma de conservar la rejilla es con agua, pero no directamente sino con un trapo y no se debe poner cera». Y también recuerda que aunque las sillas de rejilla son muy resistentes, «están hechas para sentarse y no para subirse en ellas, tal y como ocurre como con cualquier otra silla».

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