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VÍDEO: Así es una noche en el mundo del grafiti ilegal. - David G. Triadó
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Así se organiza un grupo de grafiteros para hacer pintadas ilegales en la M-30

ABC acompaña a los KDA en una noche de «acción» por las calles de Madrid

Madrid Actualizado: Guardar
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Visten manga corta en una noche primaveral de temperaturas veraniegas. Son cuatro de los miembros de los KDA, un grupo de grafiteros que actúa en Madrid. Todos son estudiantes. Ninguno de ellos supera los veinte años y, de hecho, alguno tan sólo acaba de alcanzar la mayoría de edad. Sus familias no saben que se dedican a esto aunque ellos creen que lo intuyen. Sus amigos más cercanos sí son conocedores de su afición e incluso algunos han pintado con ellos.

Cuentan que se iniciaron en el mundo del grafiti de forma autodidacta, «pintando por ahí, como todos los chavales». Lo hacen porque les gusta. El grafiti ilegal les aporta «entretenimiento y adrenalina», les sirve para «olvidar los problemas y salir de la rutina».

Mientras otros jóvenes de su edad están en la pista de baile tomando alcohol u otras drogas, ellos optan por entretenerse de este modo. «Preferimos gastarnos el dinero en pintura que en copas en una discoteca», cuentan a ABC.

«No es arte, es vandalismo puro y duro»

Interrogados por si lo que hacen es arte son muy sinceros. «No, no es arte, es vandalismo puro y duro», aseguran. «Estás poniendo tu nombre en una pared lo más grande posible y eso no tiene nada de arte». No obstante, destacan que el daño que hacen con sus acciones es casi insignificante.

Pese al calor imperante en la ciudad se cubren el rostro con bragas y pasamontañas. Son conscientes del «peligro» en forma de multa que supone ser identificados realizando un grafiti en lugares no habilitados para ello. La normativa municipal establece que las sanciones económicas por esta conducta se moverán entre los 300 y los 3.000 euros, una cuantía que podrá duplicarse pasando a ser de entre 600 y 6.000 euros en caso de reiteración.

«La policía es nuestro principal enemigo»

Tienen muy clara su relación con las fuerzas del orden. «La policía es el principal enemigo de un grafitero. Para ellos nosotros somos los malos y ellos son los buenos y para nosotros es al revés. Nos hemos echado muchas carreras y muchas fatigas por su culpa». Sin embargo, rechazan que lo que hacen se legalice: «Si el grafiti en espacios públicos fuese legal, se perdería lo más importante, que es la adrenalina».

De momento los KDA han logrado huir siempre de las autoridades. Sí confiesan que han tenido «malas noches», lo que para ellos significa que los grafitis no les han salido tan bien como esperaban o que han visto interrumpida su actividad debido a la presencia policial. En algunos casos la velada incluso ha terminado en persecución.

Pitadas, colillas y reproches

A veces, las fuerzas de seguridad no son su único oponente. «Hay problemas con otros grafiteros: tú le pisas a él (pintas encima de su grafiti) y él te pisa a ti, en un bucle en el que a veces se llega a las manos». «Entra una rabia increíble cuando te borran un grafiti pero nosotros nunca hemos llegado a ese extremo», matiza uno de los KDA.

El resto de la población reacciona de diferentes modos a sus acciones. Cuando pintan en autopistas explican que acostumbran a recibir las pitadas de algunos vehículos y que incluso les han llegado a arrojar colillas. Comentan también que hay grandes diferencias generacionales en el modo de reaccionar a su actividad: «La gente mayor lo ve como si fuéramos delincuentes y nos llaman la atención».

El objetivo, «dejar huella»

La mayoría de las veces localizan previamente un lugar para pintarlo y suelen «fichar» las salidas con anterioridad. «Día tras día vas fijándote en los sitios y determinando dónde podrás pintar», asegura uno de los KDA. El grafiti consiste en «dejar tu huella por donde pasas y luego verlo siempre que te acerques por allí».

Suelen actuar a partir de la medianoche. Aseguran que el mejor momento son las tres o las cuatro de la madrugada, ya que no hay nadie por las calles y pueden operar con toda la tranquilidad del mundo.

En esta ocasión pasan pocos minutos de la medianoche de un sábado y se dirigen a la M-30 de Madrid. Existe un solo acceso para llegar al espacio que han seleccionado para imprimir su firma y es necesario caminar al lado de los vehículos durante 300 metros antes de alcanzar su particular lienzo virgen.

Al empezar la acción se coordinan con naturalidad para pintar en grandes dimensiones las tres letras que los identifican, KDA. Comentan a gritos sobre la marcha cuestiones de última hora: que si los bordes, que si el fondo… Es complicado determinar si el elevado volumen de voz que emplean está justificado por el ruido del tráfico o por el nerviosismo inherente a la situación.

Escapar o acabar de pintar

El destino les lanza un primer aviso. Un coche de la Policía Municipal de Madrid circula por el carril contrario. Se agachan para esconderse. No quieren que les vean, al menos no todavía. Al desaparecer el vehículo siguen pintando.

Cuando ya tienen su obra casi terminada pasa otra patrulla, en este caso por el carril más próximo a ellos. El vehículo aminora su velocidad y trata de detenerse pero el tráfico acuciante se lo impide. Los KDA dan los últimos retoques a su grafiti y salen corriendo a toda velocidad echando voces. Si no lo hacen con celeridad, se arriesgan a que las fuerzas de seguridad les esperen en el acceso por donde han entrado, convirtiendo ese tramo de arcén de la M-30 en una ratonera para los grafiteros.

Un grafiti de quince euros

A veces se limitan a pintar cierres de tiendas y establecimientos, y en los días en que no les apetece tener que evadir a las autoridades buscan algún lugar abandonado en las afueras de Madrid donde echar el día y dar rienda suelta a la imaginación y a la creatividad. No obstante, las autopistas son su favorito: «La adrenalina ahí se te pone a cien».

Tras escapar con éxito confiesan que esta acción ha sido de las más «arriesgadas» al pintar en un sitio de gran visibilidad y difícil escape. Pero han vuelto a tener suerte. Se han alejado del lugar sin ser interceptados por la policía después de haber pintado cuatro paneles de la M-30. La noche les ha costado tan solo unos quince euros, el importe de seis botes de espray de distintos colores, aunque la factura hubiese sido mucho más abultada de toparse con las fuerzas de seguridad.

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