Bruno Hernández, presunto descuartizador de Majadahonda
Retrato psicológico

La hermandad de las letras «ER» y chinos envenenadores: los delirios del descuartizador de Majadahonda

Arrastra un largo historial de ingresos psiquiátricos, fármacos e intervenciones terapéuticas, según consta en la pericia psicológica aportada por su defensa

MADRID Actualizado: Guardar
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No se sabe bien cuándo empezó, pero la enfermedad mental, esquizofrenia, parece que lleva acompañando a Bruno Hernández, de 33 años, casi desde la adolescencia. Arrastra un largo historial de ingresos psiquiátricos, fármacos e intervenciones terapéuticas, según consta en la pericia psicológica aportada por su defensa a la que ha tenido acceso ABC. Ese informe recoge toda su trayectoria, incluida la de prisión, de la que acaba haciéndose eco el fiscal al afirmar que es una enfermedad «de curso crónico, con un delirio asentado; una personalidad de base esquizotípica...». La última vez que estuvo internado fue en diciembre de 2014. En uno de esos ingresos conoció a otra paciente con la que tiene una hija.

«Carece de conciencia de enfermedad por lo que se niega a que se le administre el tratamiento.

Solicitamos al Juzgado que se le autorice en contra de la voluntad del paciente», señala un informe del pasado diciembre de la prisión. En el mismo los psicólogos y psiquiatras de la cárcel señalan que llegó a comprar siete ordenadores e intentó ingresar en el Ejército para «dedicarse a la Seguridad Nacional», donde fue rechazado. Cree que se ha dedicado a ello y que ha sido espía. Cuenta que pide créditos para comprar fincas en varios países.

Ideas delirantes

Los especialistas que le han tratado antes de ingresar en prisión y una vez dentro destacan sus graves ideas delirantes. Uno de sus temas favoritos es el de la Hermandad, que incluye todo aquello y aquellas personas que lleven una sílaba con las letras ER. Un ejemplo: en la cárcel se siente protegido porque está en una institución del Ministerio del Interior y la Hermandad ha movido sus influencias para que pudiera entrar en Navalcarnero. Otra de sus obsesiones tiene que ver con la nanotecnología y con las alteraciones o envenenamientos de la cadena alimentaria por parte de China. A tal grado llega que reinterpreta su biografía cargándola de recuerdos que cobran sentido, si incluyen la citada sílaba; a su juicio son señales que le envía la supuesta Hermandad.

En su historial constan ingresos hospitalarios relacionados con estas patologías al menos desde 2012. Ya entonces, en el Hospital de Móstoles se refirió a su preocupación con las alteraciones provocada por los chinos y la duda sobre si su cuerpo albergaba algún tipo de lapa utilizada en algunos ejércitos. Contó que a diario leía comunicados de la ONU de miles de páginas. Se le diagnosticó esquizofrenia tipo paranoide.

Unos meses después vuelve a ingresar con una grave crisis. Había abandonado el tratamiento. Su propia familia (vivía con el padre y una hermana) contó que se pasaba el día diciendo que le estaban envenenado, que había quemado papeles, no les hablaba y deambulaba por la casa.

Alimentar a humanos

Bruno había estado estudiando informática por su cuenta, alemán y ruso. Había cambiado su preferencia por la superioridad alemana por un desmesurado interés por la religión. Estuvo dos meses internado. Las altas y bajas hospitalarias con poca o ninguna variación en el diagnóstico se suceden. Los médicos coinciden en que al abandonar el tratamiento la enfermedad se va descompensando. Sus obsesiones y delirios se agravan.

En noviembre de 2014, otro informe incorpora sus ideaciones sobre una guerra mundial, la compra de terrenos en Canadá para alimentar a los humanos durante 1.000 años, la gerontología. El 16 de diciembre recibe el alta. El tratamiento hasta el 6 de febrero lo toma de forma inconstante. Dos meses después mata a Adriana Gioiosa, su inquilina. «Se muestra plano afectivamente, rumiante, controlador, inseguro, suspicaz, obsesivo», dice el primer informe que se elabora tras ser encarcelado.

La pericia de parte, aportada por su letrado Marcos García-Montes, concluye que «la patología ha invadido el sentido de identidad y que la toma de decisiones y el juicio de realidad de Bruno Hernández se encuentra severamente comprometido». En esencia el diagnóstico coincide con el que antes habían realizado sus colegas.

El acusado carece de autocrítica, tiene alteraciones graves del pensamiento, alucinaciones y síntomas como aislamiento y embotamiento afectivo. A la vista de las entrevistas realizadas, lo único que lo saca de ese estado es su novia y su hija. «Es una puerta a otro mundo. Echo de menos a las dos muchísimo», les dijo.

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