El «edificio de la muerte», ubicado en el campus de Somosaguas desde el año 1968
El «edificio de la muerte», ubicado en el campus de Somosaguas desde el año 1968 - ÓSCAR DEL POZO

La Complutense entierra el «edificio de la muerte» medio siglo después

Los profesores temen que, por culpa del derribo, se repitan los dos casos de cáncer de pulmón de los años 90

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Elia Fernández conoce bien la historia del «edificio de la muerte» de la Complutense. Lo construyeron en 1968, cuando ella era alumna, y este inmueble prefabricado del campus de Somosaguas sólo iba a durar unos pocos años. Era una solución temporal, pero ha logrado resistir 49 años hasta que el lunes comiencen las obras de demolición del ala sur de un lugar sobre el que, desde la muerte de dos profesores por cáncer en los años 90, pesa la sombra del amianto.

«Los profesores más afectados fueron los de la tercera planta, que son los que fallecieron», relata Fernández, profesora de Estadística en la Complutense e inquilina de este edificio, donde tiene su despacho. Ella, como sus compañeros de pasillo, teme que, con el derribo de esta parte del inmueble que ellos cifran en «un 70 por ciento», el amianto que dicen que allí permanece dormido resucite: «Al demolerlo se van a remover todas las tapas de uralita que instalaron en su día».

Cuentan las crónicas de la época el caso del profesor Peruga quien, pese a no fumar y llevar una vida sana, sufría de tos y sucumbió a un cáncer de pulmón que le dio muerte en 1999. Sus amigos se preguntaron entonces si el edificio donde pasaba jornadas interminables tuvo algo que ver con su muerte; una duda que se acrecentó porque, como recuerda Fernández, «esos años hubo otro caso». Fue el del profesor Merino, cuyo despacho estaba cerca del de Peruga, y además presentó los mismos síntomas.

«Ninguno de los materiales del edificio tiene amianto»

«Ninguno de los materiales del edificio tiene amianto», sostiene Nuria Albert, directora del área de Obras y Mantenimiento de la Complutense. Expone que es consciente de la leyenda del edificio y, para cerciorarse de que no iba a haber problemas con la demolición, buscó los estudios que se hicieron en su día y que dieron negativo en amianto. «No los encontré y encargué unos nuevos», indica la directora de Obras, quien insiste en que posee nuevos «informes de amianto con resultado negativo».

Por ello, se reafirma en que la salud del personal que se va a quedar en la parte del edificio que se va a mantener en pie -para ella dos tercios del inmueble- no peligra. «Le quitan hierro al asunto pero nos da miedo», critica Fernández, quien lamenta la «desinformación» que la Universidad mantiene con ellos: «No hay un comunicado oficial que nos tranquilice».

Sin beber agua

Quizá estas noticias, junto con la afirmación de que «todo se está haciendo de forma legal» tranquilicen a los alrededor de 40 profesionales que, según las estimaciones de Fernández, volverán en septiembre a poblar los despachos de un edificio ante el que toman precauciones: «Nos dijeron que no removiéramos mucho el aire de la zona y por eso no encendemos ni la calefacción ni el aire acondicionado».

Y bien hacen, porque tienen el amianto cerca. «Sólo hay amianto por debajo de la cota cero, en unas bajantes bajo tierra», reconoce Albert, quien adelanta que también se retirarán esas conducciones afectadas para salvaguardar la salud de los profesionales. «Aún nos tiene que dar el permiso la Comunidad de Madrid», informa la directora de Obras, quien garantiza a ABC que la demolición no agravará la situación: «Se puede hacer sin tocar la zona que tiene amianto».

El derribo, estima Albert, durará más o menos un mes. El objetivo es que este pabellón esté listo para el inicio del próximo curso. Antes esperan poder encargar a una empresa especializada -como dictamina la legislación- que retire las bajantes en las que persiste el asbesto.

Pero, si los plazos no se cumplen o las obras se complican, Fernández y el resto de trabajadores que allí tienen que acudir todos los días, tendrán que seguir manteniendo las distancias con el amianto: «Haremos lo de siempre, no beberemos agua y estaremos aquí las menos horas posibles».

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