Ángel Antonio Herrera - CARTAS A LA ALCALDESA

Casa de Campo

Resulta que el Lago ilustre ha sido vaciado, por limpieza, pero los pabellones, tan imponentes, en su momento, son, así en general, un virtuosismo de la ruina o un regalo para okupas

El lago de la Casa de Campo, vacío durante las obras de reparación DE SAN BERNARDO
Ángel Antonio Herrera

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Llevo un par de mañanas de largo vagabundeo por la Casa de Campo , y he acreditado lo que venía sospechando: que hay hoy, ahí, más campo que casa. Me explico, alcaldesa. Resulta que el Lago ilustre ha sido vaciado, por limpieza, pero los pabellones, tan imponentes, en su momento, son, así en general, un virtuosismo de la ruina o un regalo para okupas . Hay algo decididamente fantasmal en el Pabellón de los Hexágonos , que tiene alto valor de arquitectura, pero se ha convertido en un prodigio de escombros en pie.

Luego están los Pabellones antiguos de la Feria del Campo , que mudaron en restaurantes de mucha vitola, en los 70, o en los 80, incluso en los 90, y que hoy son templos de las tribus de okupas, que viven en el sitio privilegiado con buen menú de cielos y una floresta alegre que ha sido mejorada respecto a la de años anteriores, eso sí, alcaldesa, según coincidencia de los informes de diversa índole.

Pero el Palacio de los Vargas, acaso el monumento de mayor lámina de la Casa de Campo, está ahí, desierto, con más fachada que tarea, con más estampa que oficio. Resulta que no hay acuerdo a propósito de la función del Palacio, con lo que el Palacio está ahí como un joya a la intemperie, como una alhaja que irá pudriéndose por dentro, mientras se afina o se afina el papeleo.

Estamos hablando de la Casa de Campo, y conviene concretar que fue declarada Bien de Interés Cultural , en el 2010, y esta condición merecida resulta buena o resulta mala, según para qué propósitos, pero desde luego obliga, por decencia del compromiso, a cuidar de los edificios que abriga, igual que se vigilan las cotorras argentinas del enclave, que dicen los expertos que ya son un exceso de riesgo. Y así acabamos por el principio.

Hay una atención, siempre elogiable, a la flora y fauna, pero se advierte una dejadez de escalofrío en cuanto uno le pega un reojo a las construcciones diversas. Hasta La Casilla, antaño escuela de jardineros, degenera de domicilio al asalto de los okupas contentos.

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