Chamartín

Un «camping» de rumanos con vistas a las Cuatro Torres

Medio centenar de personas malviven en dos focos detrás de la Castellana. Hay quejas por ratas y suciedad. El Ayuntamiento contabilizó en marzo 1.300 personas en 135 núcleos, la mayoría esporádicos

Madrid Actualizado: Guardar
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Llevan, al menos, cuatro años aquí, los echan y vuelven a instalarse. A veces hay más personas y otras menos, pero el precario núcleo compuesto por tiendas de campaña, como si de un destartalado «camping» se tratara, permanece bajo la lluvia, el frío o el calor asfixiante con vistas a las Cuatro Torres y a espaldas de la estación de Chamartín. Así lo aseguran los vecinos de la calle de Mauricio Legendre, en alusión a los gitanos rumanos que pueblan el lugar y que ahora, en pleno otoño, han revestido sus ligeros habitáculos con plásticos para que no se les cuele el agua por ningún resquicio. Calculan que hay 20 o 25 personas en las 16 tiendas que tienen y otras tantas en un subterráneo cerrado que desemboca en el paseo de la Castellana.

En total, medio centenar de personas.

Ambos focos se incluyen en los 135 asentamientos existentes en la capital en los que viven 1.346 almas, 877 de ellas rumanas, según los datos del Ayuntamiento de Madrid a fecha de 31 de marzo. La cifra es cambiante, dado el carácter nómada de esta población. La característica principal de estos núcleos es que son pequeños, esporádicos y se van diseminando por la ciudad.

En ellos, los sin techo se refugian en cualquier rincón, portal o resquicio, incluso bajo los puentes de la M-30 y montan sus improvisadas «camas» cada noche.

Pequeños e itinerantes

Respecto al tamaño, los grandes no llegan a los 58 habitantes (Hortaleza), mientras que en el extremo opuesto abundan los de 4 y 6 sujetos (Puente de Vallecas, Centro o Fuencarral).

En el listado no se incluye a los habitantes de la Cañada Real Galiana ni a los del Gallinero. De hacerlo, la cifra de personas se multiplicaría por siete. En la capital siempre han existido núcleos chabolistas de mayor tamaño (El Ventorro, el Salobral), si bien ahora han «mutado».

El PP dice que «se están creando focos de pobreza en cualquier rincón, lo que crea alarma social»

En el pleno monográfico de mayo, el PP subrayaba: «Se están creando focos de pobreza en cualquier rincón, lo que crea alarma social», decía Beatriz Elorriaga. La concejal de Derechos Sociales, Marta Higueras, alegaba que el problema lleva décadas y se «está actuando», por lo que no hacen falta medidas extraordinarias. «Sabemos sus nombres y hasta sus enfermedades», dijo, al tiempo que descartó «el realojo masivo en altura» como solución.

En el caso del «camping» de Mauricio Legendre, hay dieciséis tiendas en un descampado que está junto a la estación de Chamartín. «Todos son rumanos y no hay ningún menor», explican varios transeúntes. Pero este no es el único resquicio de miseria existente. En el subterráneo tapiado que conducía desde la estación de Chamartín al paseo de la Castellana, pernocta otro grupo de la misma nacionalidad que se resguarda de las inclemencias del tiempo y acumula un montón de objetos inservibles desde hace años.

Un comerciante explica que esos «inquilinos» hacen hogueras para calentarse y que, al tener tanta porquería, provocan incendios, por lo que muchas veces acuden los bomberos.

«Los del campamento se dedican a mendigar y a limpiar cristales; otros rebuscan en los contenedores de reciclaje de papel y cartón, en la basura y recogen chatarra; luego lo venden; los hay que roban también y de eso viven», agrega el encargado de una gasolinera y el de un bar. «Hombre, robar no sé; es mucho decir», dicen otros.

«El problema es que lo revuelven todo y dejan porquería en el suelo, por lo que hemos visto ratas este verano, incluso en las escaleras de la estación», explica Mariano.«A mí me da miedo pasar por el descampado de noche; doy más vueltas pero lo evito a no ser que vea a más gente cruzar», relata Maruja. Y es que el camino de tierra en mitad del asentamiento que conduce al tren y al metro es un atajo aunque haya que sortear excrementos.

«Dan problemas cuando se emborrachan. En general no molestan demasiado, aunque dan mala imagen», coinciden los residentes. El responsable de la gasolinera dice que tuvo que impedir entrar al baño a un gitano rumano al que le daba los metales que iba a desechar para que los vendiera. «Me robaba hasta el papel higiénico».

Andrés empuja un carro de supermercado lleno de papeles. Es rumano, tiene 50 años y vive con su mujer Teluta, de 60. «Así me gano la vida. Por cada kilo de papel me pagan 0,5 céntimos. En un día bueno puedo sacar 30 euros», explica.

En el pleno monográfico de mayo se acordó actualizar el mapa de los asentamientos y el de la Agencia de Vivienda Social en dos meses para dar respuesta a las familias. El plazo ha expirado sin que nada se sepa.

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