Crecida del río Manzanares en febrero de 1910. En la imagen el puente de Garrido destruido por la corriente
Crecida del río Manzanares en febrero de 1910. En la imagen el puente de Garrido destruido por la corriente - ARCHIVO DE ABC

Ahora Madrid contra cinco siglos de experiencia municipal: la «descanalización» del Manzanares

Carmena pretende naturalizar un río que reyes y alcaldes han querido encauzar artificialmente desde la Edad Media para evitar focos de infección y crecidas

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Para el equipo de Gobierno de Ahora Madrid y Ecologistas en Acción el Manzanares –«arroyo aprendiz de río», según Quevedo– es un río «enjaulado». Su plan para mostrar su «lado más salvaje» pretende acabar con un cauce regulado por presas y canalizado por escolleras que ha mantenido un caudal más o menos estable en Madrid. Sin embargo, esta corriente de agua irregular –«Como Alcalá y Salamanca tenéis, y no sois colegio, vacaciones en verano y curso sólo en invierno», se lamentaba Tirso de Molina– lleva generando quebraderos de cabeza a la ciudad desde la Edad Media. Reyes y alcaldes han intentado desde entonces conducir de una forma artificial el río, controlar su cauce, evitando crecidas y focos de infección.

Parece imposible pensar en el Manzanares como un río de aguas bravas, destruyendo pasarelas, puentes y casas.

Pero solo hay que remontarse al principios del siglo XX para encontrar testimonios de un río «natural» pero descontrolado que traía de cabeza a vecinos y autoridades. Los concursos públicos para su encauzamiento artificial se sucedieron desde 1900 hasta el final de la Segunda República. Primero se produjo su canalización –la primera piedra se puso en 1914– y después su regulación mediante la presa del Pardo (1970). Ésta garantiza la imposibilidad de que vuelvan a verse en Madrid crecidas de tal magnitud.

Lo que ahora es un elemento artificial que afea el río y su entorno para los de Carmena, fue en el pasado un signo de modernidad y progreso. El cauce «enjaulado» del Manzanares tuvo hasta su propia piscina. En 1930 se elaboró un Plan General que daba la posibilidad de crear zonas destinadas al baño en el río. Fue entonces cuando el arquitecto Luis Gutiérrez Soto recibió un encargo algo singular, que consistiría en la creación de un recinto de piscinas, frente a la entrada principal de la Casa de Campo.

Soto diseñó un gran «transatlántico» encallado en el cauce, construido sobre una isla (300 metros por 20). En la parte correspondiente a la proa, se hallaba la piscina de preferencia, amplia, soleada y aireada; en la de popa, la popular, y bajo el puente, otra cerrada, para invierno. Tras ser bombardeada durante la Guerra Civil, fue reconstruida y prestó servicio a los madrileños hasta 1954.

Piscina de «La Isla», frente a la Casa de Campo en los años 30
Piscina de «La Isla», frente a la Casa de Campo en los años 30 - ARCHIVO ABC

«Explosión de vida»

El equipo de Manuela Carmena, a contra corriente de la historia, pretende actuar en un primer tramo del río de 1,3 kilómetros, comprendido entre el puente de los Franceses hasta el de la Reina Victoria, y en función del resultado podrá intervenir también en el resto de zonas urbanas. Su objetivo es la renaturalización de las escolleras con tierra para plantar sobre ella 16.800 vegetales. Seis meses después de abrirse las compuertas de las presas -de la número 4 a la 9- la naturaleza ha tomado el río. Eso sí, dejando un caudal ridículo en el que ya no pueden entrenar los remeros y piragüistas que hasta ahora lo hacían.

Donde Ahora Madrid ve una «explosión de vida» –con «garzas, garcetas y gallinetas atraídas por la presencia de más cantidad y variedad de peces»– los vecinos y la portavoz del PP en el Ayuntamiento, Esperanza Aguirre, ven «mosquitos y ratas». Desde Ecologistas en Acción, van más allá y esperan ver nutrias en el cauce del río en 2019. Siempre han defendido que «lo que había antes no era un río, sino una sucesión de piscinas malolientes». El plan para naturalizar el cauce y que discurra de forma libre está aún pendiente de la aprobación de la Confederación Hidrográfica del Tajo.

Una obsesión, desde tiempos de Juan II

Juan II de Castilla (1405-1454) quiso engrosar el caudal del Manzanares con las aguas del Jarama a su paso por el Madrid medieval. En tiempos de Felipe II se presentó otro proyecto para hacer navegable el Manzanares, el Jarama y el Tajo, desde la Villa y Corte hasta Lisboa. Felipe IV retomó el proyecto fallido de su abuelo con el mismo resultado. Con Carlos II surgió un cuarto proyecto de los hermanos Grünenherg. Listo para su ejecución, la Iglesia intervino para evitar que el curso que «había dado Dios al río» lo modificara la mano del hombre.

El Real Canal del Manzanares hizo posible en el siglo XVIII el sueño de navegar el río de Madrid. Se comenzó a construir en 1770 por iniciativa privada y fue continuado por el Estado debido al gran interés público que suscitó en la época. Fue en tiempos del «Rey Alcalde», Carlos III, cuando se inauguró para facilitar el transporte de materiales de construcción. Tuvo 21 kilómetros navegables entre el Puente de Toledo y Rivas Vaciamadrid y dos embarcaderos. De ellos sólo quedan hoy un cauce desdibujado y una plataforma de amigos que quiere que se reconozca su valor histórico para volver a hacer posible «el sueño». Funcionó hasta 1860 cuando perdió su sentido por la llegada del ferrocarril.

Recreación de la cabecera del Canal de Manzanares, cercana al Puente de Toledo
Recreación de la cabecera del Canal de Manzanares, cercana al Puente de Toledo - ABC

Tras ellos, hubo una batería de proyectos –tras la invasión francesa y hasta la Restauración– en los que se pretendía encauzar el Manzanares con escolleras, canales y presas que dieran forma al irregular río y a las inesperadas crecidas que Góngora definía así: «¿Cómo ayer te vi en pena, y hoy en gloria? Bebióme un asno ayer, y hoy me ha meado».

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