Juan Soto - El Garabato del Torreón

Piromanía, terrorismo y política

«Nunca máis» gentuza indeseable que se aprovecha de las tragedias para sacar tajada partidista en beneficio propio

Unos cuantos hijos de puta agolpados en banda terrorista se han propuesto acabar con Galicia. Montes, bosques, hogares, ganado, haciendas y vidas humanas constituyen el objetivo de una camada incendaria en cuyas filas vienen a coincidir no sólo pirómanos pendientes de asistencia psiquiátrica sino también especuladores forestales, militantes con o sin carné y hasta algún que otro brigadista antiincendios, dispuesto a lo que sea con tal de que el Seaga se vea obligado a renovarle el contrato.

Como en toda actividad terrorista, aquí hay también factores políticos que no conviene pasar por alto, no vaya a ser que nos tomen por tontos. La frivolidad con que el resentido Echenique trató en la red una tragedia que a la misma hora de su tuit ya se había cobrado tres vidas humanas; o la cínica jeremiada de Iglesias, siempre dispuesto a hacer de la desgracia ajena un argumento carroñero a favor de la causa, constituyen un buen punto de partida para adentrarnos en la pista (forestal, por supuesto) que lleva a descifrar lo indescifrable. Al respecto, la presencia de Iglesias en Vigo resultó conmovedora: hace falta un cinismo del rango de En Marea para intentar colar el indecente mensaje de que la culpa de que arda Galicia no es de los que encienden la mecha, sino de los que no guardan la leña seca a buen buen recaudo. A eso se le llama, en toda tierra de garbanzos, atizar la hoguera.

Cuando el sustento ideológico se extrae de la cloaca, no es raro que pasen estas cosas. Cuando el único objetivo político aceptable es la destrucción de todo y la esencia doctrinal que se propaga es la de la violencia, a nadie podrá extrañar que aparezcan voluntarios dispuestos a emprender cualquier acción tendente a culminar la catársis. Se empieza por jugar con fuego y se acaba en el gran incendio neroniano de Roma. O en el del Reichstag de 1933, y perdonen el modo de señalar. Al final, todos calcinados.

¿Arde Galicia? Claro que arde. Y por los cuatro costados. Cuando escribo estas líneas el país es una hoguera. Pero no importa: la ocasión es magnífica para hacer partidismo. «Todo vale para el convento», decía el fraile. Y llevaba una furcia al hombro.

«Nunca máis», por supuesto. «Nunca máis» tragedias que se puedan evitar. Y «nunca máis», gentuza indeseable que se aprovecha de esas tragedias para sacar tajada partidista en beneficio propio.

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