Alberto Núñez Feijóo - Presidente de la Xunta

O neno inmortal

Neira Vilas emprende el hermoso trabajo de darles voz a los que nunca la tuvieron. Niños como Balbino estuvieron huérfanos hasta que el escritor que nos deja decidió apadrinarlos para proporcionarles inmortalidad

Alberto Núñez Feijóo
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Xosé Neira Vilas se definía a sí mismo como un «jornalero de las letras». La definición encaja con una personalidad modesta, ajena a los fastos, en la que se podía ver el niño de Gres que nunca quiso dejar de serlo. Admirado por escritores, críticos y eruditos, querido por millones de lectores en todas las lenguas del mundo, homenajeado en innumerables países, considerado en su tierra como uno de los mejores intérpretes del alma gallega, no perdió la condición aldeana ni esa niñez que alimentó su riqueza literaria.

Fue un hombre fiel a los suyos, pero esa fidelidad no lo limitó sino que lo hizo más grande. No son suficientes en el universo literario los creadores capaces de inspirar prototipos humanos que encarnen valores válidos en épocas y lugares diferentes.

En la mayoría de los casos las figuras de ficción son efímeras o se confunden con otras. No es el caso de Balbino. Los seiscientos mil ejemplares vendidos de las «Memorias dun neno labrego» atestiguan que el hijo literario de Neira Vilas era alguien que estaban esperando lectores de tiempos y culturas muy distantes para ver reflejados en palabras sentimientos que no podían expresar.

Xosé Neira Vilas emprende el hermoso trabajo de darles voz a los que nunca la tuvieron. Niños como Balbino estuvieron huérfanos hasta que el escritor que nos deja decidió apadrinarlos para proporcionarles inmortalidad. En una ocasión confesó que en los meses que dedicó a escribir su libro más singular, sintió como si se lo dictaran. Ahí está otra muestra de su carácter poco dado a la presunción, y también de un estilo natural, sin sofisticaciones, que logra el efecto de sentir que es el protagonista quien habla.

La obra de Neira Vilas raramente abandona el escenario natal de las tierras del Deza, bien como realidad, bien como referencia nostálgica. Galicia impregna cada una de las páginas de sus novelas, poesías, ensayos o cuentos infantiles. Para introducirse en el ser de los gallegos no hay mejor y cordial guía que Neira Vilas, y no obstante se trata de uno de nuestros autores más universales. Tanto su vida como su obra son la prueba de que, junto a un cosmopolitismo amorfo que no es de ningún sitio, hay otro mucho mas fértil que nace en una tierra concreta para extenderse después por el mundo.

La vida rural que retrata también puede ser la que vivió un lector lejano. La diáspora gallega puede sentirla como propia cualquier lector de un país que sufriera la experiencia de la emigración. Balbino, en suma, puede llamarse de mil maneras, sin dejar de pensar lo mismo sobre la familia, los amigos, las penas y las alegrías de un niño que irrumpe en la historia de la literatura con la confesión más conmovedora que se ha hecho: «Yo soy Balbino. Un niño de aldea. Como quien dice, un don nadie. Y además, pobre».

Todos fuimos niños labradores, o tenemos padres o abuelos que lo fueron. Leer las Memorias y, en general, toda la obra de Neira Vilas va más allá del deleite literario. Es un acto de memoria. Nos hace recordar de dónde venimos, lo que fuimos, lo que luchamos y sufrimos. Nos ayudan a valorar el resurgimiento de nuestro país y a trabajar para mantenerlo. Aquel «nadie» llegó a entrar en hogares, escuelas, universidades y bibliotecas de todo el mundo, como un conquistador pacífico con el arma del afecto. La maestría del escritor a la hora de plasmar la Galicia que vivió lo hizo merecedor de muchos reconocimientos, entre ellos la máxima distinción de la autonomía, la Medalla de Oro de Galicia, que recogió en julio de este mismo año.

Refiriéndose al Quijote, decía Unamuno que el caballero de la triste figura había llegado a ser mas importante que Cervantes. No podemos decir lo mismo de Balbino y Neira Vilas. El «neno labrego» es inmortal y seguirá viviendo en los lectores, pero su creador deja también una huella que va a perdurar. Engañaba con la palabra, con ese cariño característico del galleguismo forjado al otro lado del mar. «Jornalero de las letras» sí, pero con surcos muy hondos y frutos que nos hacen sentir orgullo de ser paisanos suyos. Todos somos Balbino en el luto.

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