ENTREVISTA

López-Cobos: «La música sinfónica es medicina»

Pasa página a su polémica con el Teatro Real: «Lo que hicieron conmigo fue injusto, pero no están en deuda conmigo». Eso sí, no echa de menos dirigir ópera en España.

La Coruña Actualizado: Guardar
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Hay en el acento del maestro López-Cobos un cierto deje germano, el reflejo de media vida en Centroeuropa. A sus 77 años, regresa a La Coruña para dirigir este fin de semana a la Sinfónica de Galicia, una de sus orquestas preferidas, un programa de Weber y Strauss. Analiza críticamente el estado de la cultura en España. Demasiado público e insuficientes recursos privados. Lucidez en la madurez de quien dice haber dirigido ya «todo lo que deseaba».

Maestro, ¿qué son para una orquesta 25 años, los que la OSG cumple este 2017?

Con 25 años, una orquesta es muy joven todavía. Las orquestas se hacen con mucha tradición y tiempo. Piense que las grandes de Europa tienen 200 o 250 años.

La Staatskapelle de Berlín, cuatro siglos. Es una labor de generaciones que no se puede improvisar. La OSG, para 25 años, es increíble lo que ha conseguido.

¿Hemos asumido en este país que una orquesta necesita recursos para garantizar su calidad y no limitarse a subsistir?

Depende de si los políticos de cada sitio lo entienden o no. Nuestras orquestas dependen mucho de la subvención pública, no es como en otros países. Aquí todavía tenemos que convencer de que no se trata de dar un dinero para montar una orquesta, sino de aportarle los medios para que se desarrolle. En ese aspecto, hay sitios más fáciles y otros más difíciles. Con la crisis, la música y la cultura han sufrido mucho porque ha sido donde primero han querido ahorrar.

Quien dice orquestas dice también auditorios...

Es que el auditorio es una parte fundamental de la orquesta. Nuestro trabajo, el 50% es la orquesta, y el 50% es el recinto. Las grandes orquestas no han existido sin grandes auditorios, en ambientes donde la acústica ha ayudado a desarrollarse.

Este Palacio de la Ópera de La Coruña no atraviesa su mejor momento.

Desde que vine por primera vez hace 17 años me pareció un sitio discutible para hacer música. En el fondo, cuando una sala se ha construido sin estar pensando en música sinfónica, pues algo falla. Aparte de que el edificio esté mejor o peor conservado, que también tiene sus problemas de humedades. Si no se mantiene, con los años va declinando. Es una pena que la OSG no tuviera una sala a su disposición como las que sí se han construido en otros lugares y que han marcado diferencias. La Sinfónica de Castilla y León, de la que soy director honorario, es un ejemplo palpable: cuando le construyeron una buena sala, en diez años empezó a desarrollarse a una velocidad increíble.

¿Por qué falta en España el espíritu filántropo para que las artes cuenten con verdaderos mecenas privados?

Porque no ha habido una cultura de espónsors, de encontrar a quien quiera apoyar a las artes. Siempre se pensó que la cultura era una cuestión de Estado, y le correspondía a él mantenerlo. Se ha dependido demasiado de lo público. No se ha educado al sector privado para que invierta ni se le ha explicado que realmente vale la pena. Incluso en el ámbito económico. Fuera de España, los patrocinadores de festivales o grandes conciertos tienen una visibilidad enorme, y por tanto, un retorno en forma de publicidad. Aquí se ha comprendido en el deporte, pero no en la cultura.

¿Somos un país culto o de culturetas?

Somos un país en el que la cultura siempre se ha visto, especialmente la ópera y la música clásica, como algo hecho para las élites, solo para quienes se lo pueden permitir. Y está costando muchísimo convencer de que la música tiene un valor de formación de la persona, que no es un mero entretenimiento. También de nuestros niños. Todavía nos queda mucho por hacer.

¿Echa de menos dirigir más ópera en España?

No, no. Ya hice muchísima ópera en España durante toda mi vida, y me acostumbré a hacerla en sitios donde verdaderamente se hacía en un nivel que no existía en nuestro país. Con los años es cierto que ha mejorado. Pero no, no lo echo de menos.

¿Qué le queda por dirigir, maestro?

No muchas obras que me hubiera encantado hacer, pero sí las Pasiones de Bach, que estuve a punto mientras dirigí la Orquesta Nacional, pero por motivos personales de la enfermedad de mi mujer tuve que cancelarlo. Prácticamente he dirigido todo lo que deseaba y quería dirigir.

Hace pocos días se nos fue Alberto Zedda, a sus 89 años y a punto de dirigir ópera en Pesaro. Estos días, Nello Santi con 85, está ahora en La Scala. Zubin Mehta, en activo con 80... ¿Qué tiene la batuta que engancha?

No, es la música. Yo pasé una enfermedad difícil hace unos años. Y tengo un buen médico en Berlín que me recomienda que no deje de dirigir, que mientras resista no lo deje, porque la música es medicina. Es una batería que se recarga a sí misma. A veces llego a un concierto y cuando lo termino me encuentro mejor que al comienzo. La música, además del ejercicio cardiovascular que hacemos desde el podio, exige al director mucho tiempo para desarrollarse, porque el repertorio es inmenso y no se practica en casa, sino en la sala de conciertos. Nunca terminas de aprender. Empiezas a encontrarte a gusto a partir de los 60. En este oficio, la experiencia es fundamental. A la edad a la que la gente se jubila es en la que un director empieza a estar mejor. Por eso todos tratamos de, mientras el cuerpo aguante, ejercer nuestra profesión.

O sea, que la música es terapéutica.

Es que está comprobado. Hay teorías sobre su valor terapéutico que se aplica en hospitales.

Mahler, Beethoven, Verdi... ¿Se entienden mejor a los 70 que a los 50?

Toda la música se entiende mejor con la edad. Esta profesión tiene mucho que ver con las emociones. Y en ella aplicamos la experiencia de nuestra vida. Las mismas obras que hiciste hace un año te ofrecen nuevos aspectos. Lo bueno de las obras maestras es que son como montañas a las que acceder desde distintos caminos para coronarlas, y en cada ruta descubres cosas nuevas. Eso es lo grande de la música.

La ópera también ha cambiado. ¿Quedan estrellas en nuestros días, usted que trabajó con los más grandes del pasado siglo?

El típico divo o diva de la ópera a la antigua usanza ha desaparecido. Hay mucha más profesionalidad en ese aspecto. Pero no cabe duda de que hay grandes cantantes, que hoy no lo tienen tan fácil como hace unos años, porque no se deja que sus voces se desarrollen. Por eso hay tanta crisis de pronto de gente fantástica que a los diez años ha desaparecido. Yo veo una gran calidad en la gente joven. Pero hay que dejarlos crecer.

La solución a esta crisis que vive la ópera, ¿está en retransmitirla por los cines?

La persona acostumbrada a oír música en un teatro le será muy difícil gozar de ella fuera de ese espacio. A mí me cuesta disfrutar de la música en un televisor. No me dice nada. Aunque puede servir para difundir la ópera en un público que igual no tiene un teatro cerca, y que en el cine puede asistir en directo a una ópera desde el Met. El peligro es que los teatros se pueden vaciar de público, porque prefieran ir al cine a ver ópera.

¿Y no corremos el riesgo de convertir el arte en un objeto cualquiera de consumo?

Eso siempre ha pasado, que se consuma música como cualquier otra cosa. Y no puede ser así, porque la música tiene un valor añadido inigualable. A la música debe accederse con la conciencia de que es un arte, no simple consumo. Esto ha pasado por esa manía de que vivimos en un mundo rodeado de música de fondo, que no escuchamos pero que está ahí. A veces me desespera.

¿Siguen politizados nuestros teatros?

Ha sido el peligro de todos los países del arco mediterráneo. Siempre hubo demasiada politización del mundo de la cultura: si yo subvenciono quiero intervenir. Eso es peligroso. Por eso muchas instituciones musicales han sufrido en España.

¿Aun anda en pleitos con Gregorio Marañón?

Yo terminé mi pleito ya. En segunda instancia reconocieron que el Teatro Real debía haber salido en mi defensa y no lo hizo. Pienso que lo que se hizo conmigo fue injusto. Salí del Real, alegando que no quería continuar mi contrato, y sin embargo se dijo que se me había echado del teatro. Era falso. No pude ganarlo del todo porque Mortier murió y no pudo ser testigo.

¿Cree que está el Teatro Real en deuda con usted?

No, no, porque el teatro nada tiene que ver con las personas. La institución está por encima de todo. Estuvieron en deuda las personas que me trataron de esa manera, después de los siete años que yo trabajé allí.

¿Cómo vio el fin de la temporada lírica en La Coruña?

Con gran tristeza. Era un lujo venir al Mozart o a la Temporada y tener una orquesta de la calidad de la OSG para hacer ópera. Ha sido un empobrecimiento para la ciudad. Espero que vuelva la ópera a La Coruña.

¿Cuánto echaremos de menos al maestro Zedda?

Mucho. Era el defensor más enérgico de Rossini que yo he conocido, y aportaba grandes cosas al canto rossiniano, por su entusiasmo, por su convicción, por saberlo transmitir. Lo sentiremos mucho.

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