José Luis Méndez Romeu - VER EL BOSQUE

Carnestolenda sin Cuaresma

Si se trata de un acto oficial al que se convoca como figurantes a los ciudadanos, es obvio que el pregón de Santiago de Compostela forma parte de decisiones administrativas sujetas a supervisión política

Un pregón carnavelesco, contratado y pagado por el municipio compostelano, ha incendiado los ánimos por la burla o blasfemia , según se mire, de la que hecho gala el autor. Cuentan los cronistas que el lenguaje fue soez, explícitamente sexual, siendo el motivo de escarnio dos figuras prominentes del santoral católico , Santiago Zebedeo, Apóstol, y la Virgen del Pilar, ambos estrechamente relacionados en el culto. Ambos además comparten una fuerte preeminencia en una sociedad laica, debido al patronazgo que les reconocen, entre otras instituciones, las ciudades de Santiago y Zaragoza respectivamente. Son dos de las muchas presencias religiosas que todavía hoy son asumidas por instituciones más civiles que laicas.

Con independencia de su posible origen ancestral o directamente romano, durante los muchos siglos de estrecha alianza de los poderes religiosos y autocráticos, el carnaval fue la válvula de escape de la presión social . Durante unas fechas se permitían todos los excesos habitualmente reprimidos, lo que se traducía en el lenguaje, el atuendo o en distintos rituales. Reyes, poderosos y eclesiásticos aceptaban el juego, le fijaban algunas reglas y dejaban al expresionismo popular el desarrollo de la fiesta. A continuación, el largo período de la Cuaresma imponía fuertes restricciones.

Hoy el carnaval ha perdido toda seña de identidad relacionada con sus orígenes para transformarse en un hito más de la sociedad del espectáculo en expresión afortunada de Guy Debord. Es una mercancía más en el escaparate del consumo, adornada con todos los rasgos necesarios para ofrecer una imagen de sustitución. Si en el pasado los rituales populares parodiaban a los oficiales, hoy se parodian a sí mismos . Además el carnaval moderno, como parte de esa sociedad del espectáculo, es una más de las creaciones de los poderes públicos, atentos a nuestro bienestar material y también espiritual.

Ahí es donde surge el problema. Si se trata de un acto oficial al que se convoca como figurantes a los ciudadanos, es obvio que pregón, carteles, atrezzo y demás elementos, forman parte de decisiones administrativas sujetas a supervisión política . La irreverencia no surge de la libre expresión popular, sino que es administrada por el poder que teóricamente debería de ser el objeto de la burla o chirigota. Parece legítimo exigir explicaciones.

Quienes las han exigido con más fuerza han sido los grupos municipales populares de ambas ciudades, llegando a utilizar, en el caso zaragozano, argumentos propios de los fieles o de las autoridades religiosas. Éstas han reaccionado con mesura. Mientras se sustancia el debate no estaría de más recordar que todos los días del año, no sólo en las carnestolendas, Santiago Matamoros preside la catedral de Santiago . Con tallas históricas y patrimoniales, desde luego, pero también claramente étnicas en una sociedad plural.

Sería deseable que en el contexto de revisión de las competencias de las distintas Administraciones, algunas iniciativas como las fiestas fuesen devueltas a los ciudadanos y que éstos libremente, mediante organizaciones propias, asumiesen el protagonismo necesario. Una sociedad madura no necesita que el poder le organice el tiempo libre, le regule la alimentación o le felicite las Pascuas , entre otros muchos ejemplos de invasión competencial y regulatoria, llevada al paroxismo por la Administración comunitaria.

Mientras no ocurra ese empoderamiento ciudadano, y tardaremos en verlo, cada palo que aguante su vela. El Alcalde que explique los actos de provocación religiosa, los fieles que protesten y las autoridades eclesiásticas que lean un poco de historia popular. Pero evitemos que la religión sea el objeto del debate político. Suficiente espectáculo tenemos ya en la vida pública .

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