Juan Soto - El Garabato del Torreón

Un buen refugio para okupas

La obra civil del auditorio de Lugo está rematada e inaugurada con alboroque y pirotecnia política

Juan Soto
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Desde que en el invierno de 1996 el interés particular primero, el fuego después y la piqueta finalmente convirtieron el Gran Teatro de Lugo en un solar al servicio del negocio inmobiliario, los lucenses han venido reivindicando el derecho a disponer de un espacio que cubra el vacío dejado por un edificio que durante casi medio siglo albergó una parte sustancial de la actividad cultural de la ciudad. A esa demanda responde la promesa, incesantemente reiterada, de la construcción de un auditorio, compromiso en el que coincidieron (incluso a medio de triunfalista oferta electoral) los alcaldes García Díez y López Orozco y los presidentes Fraga y Pérez Touriño. Idéntica disposición mostraron sus respectivos sucesores, tanto el presidente Feijóo como la sobrevenida alcaldesa Méndez, uno y otra con ejemplar prontitud para la fotografía publicitaria y los discursos inaugurales pero extraordinariamente renuentes a la hora de pasar de la charlatanería a los hechos.

Y es que resulta que la obra civil del auditorio de Lugo está rematada, entregada, recibida e inaugurada con alboroque y pirotecnia política, compartida entre el presidente Feijóo y la alcaldesa Méndez, el uno en calidad de principal tutor económico y la otra por competencia derivada del cargo. Desde aquellos festejos transcurrieron ya nueve meses, plazo insuficiente, por lo visto, para la entrada en actividad del edificio pero sobrado para la comprobación de su deterioro. Antes que con cualquier acto público de su incumbencia el auditorio se estrenó con goteras, grietas y averías de todo calibre. Es decir, aún no asamos y ya pringamos. El continente está listo pero del contenido nadie quiere saber nada. La Xunta arguye que ya cargó con el grueso del gasto, lo cual es cierto. Y el Concello dice que está más quebrado que la Banca Romero y que en la prioridad del gasto van antes las canonjías particulares que las necesidades generales.

Los lucenses dan por descontado que aquellas paredes cuarteadas jamás llegarán a acoger actividad cultural ni espectáculo del gremio. Confiemos en que el menos sirvan de albergue a algunas familias de okupas, tan necesitadas de amparo en gélidas las jornadas del invierno lucense. No sería mala cosa.

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