Juan Soto - El garabato del torreón

La apuesta por lo menos malo

Los alcaldes son muy malos, pero los concejalos de la oposición peores

Juan Soto
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La indagación demoscópica suele aportar pistas que a menudo se revelan alejadas de la realidad, porque ya se sabe que una cosa es lo que piensa y otra lo que se dice; una lo que se responde al encuestador, y otra lo que se responde a la propia conciencia. Por otra parte, ya se sabe que los sondeos los gana el que los paga, sea una marca de automóviles, sea un partido político. El cliente siempre tiene razón.

De modo que dispongámonos a coger con pinzas las calificaciones que algunas encuestas recientes otorgan a los alcaldes de las siete grandes ciudades gallegas. Porque uno tiene la impresión de que, salvedad hecha de Abel Caballero, la versión viguesa de un populismo transversal e interclasista (recordemos a Alain de Benoist: «El populismo no es una ideología, sino un estilo») los restantes mandatarios locales son reprobados por los ciudadanos con más dureza todavía de la que confiesan al consultante, que ya es decir.

O sea, que donde dice «mal» leáse «muy mal», y donde dice «muy mal» léase «pésimo».

No es que el personal interrogado mienta deliberadamente al currito que le pregunta por teléfono, sino que el subconsciente le inclina a la condescendencia por efecto comparativo: los alcaldes son muy malos, sin duda, pero los concejales de la oposición son peores. O sea, que tengamos clemencia.

A estos efectos, el caso de Lugo es paradigmático. No es que la sobrevenida alcaldesa de Lugo (y de Luga, como diría ella misma) ande sobrada de capacidades, ni mucho menos. Más bien destaca por su reiterada impericia, pero «el transcurrir del oficio» (siempre estaremos en deuda con la fintas perifrásticas del alcalde Tierno) la ha ido revistiendo de cierta disposición pragmática, mucho más tolerable que el idiotismo inane que exhiben sus opositores cada vez que abren la boca. Mientras la alcaldesa Méndez trata de resolver, sus contendientes se entretienen zancadilleando cualquier paso. Son esas actitudes pueriles las que hacen que, también en la estimación de los contribuyentes, lo malo sea preferible a lo peor. Y en la contabilidad demoscópica esa filosofía — es cierto que un tanto resignada— tiene el reflejo que todos conocemos.

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