Alberto Caparrós - CRÓNICAS SABÁTICAS

Pasión, muerte y ¿resurrección? del Cabanyal

«El proyecto de la prolongación de la avenida Blasco Ibáñez se topó con escollos insalvables»

Alberto Caparrós
VALENCIA Actualizado: Guardar
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Hace ahora diecisiete años que escribí mi primer artículo en ABC. Bajo el título de «Pasión, Muerte y Resurrección de El Cabanyal» traté de ligar el comienzo de las celebraciones de la Semana Santa Marinera de Valencia con la aprobación, por parte del Ayuntamiento, de un plan urbanístico que, conforme creíamos muchos de los vecinos en aquel momento, iba a contribuir a regenerar de forma definitiva a nuestro querido barrio.

La realidad, en cambio, fue otra diametralmente distinta. El proyecto de la prolongación de la avenida Blasco Ibáñez se topó con escollos insalvables. Políticos, judiciales y vecinales. Las urnas otorgaban una y otra vez la mayoría al PP en las mesas del distrito, pero una resistencia bien organizada por «Salvem el Cabanyal» y el error de cálculo del Ayuntamiento dirigido por Rita Barberá al no tener en cuenta que la zona de Bien de Interés Cultural aprobada por la Generalitat de Joan Lerma en 1993 imposibilitaba sus planes, hicieron el resto.

Pasaron los años y se agravó la degradación.

A la mayoría de los vecinos, en realidad, nos daba igual la fórmula que se empleara para rehabilitarlo. Nos interesaba el objetivo de recuperar aquellas calles en las que paseábamos de niños para recoger los regalos de Reyes y que, entonces, y todavía hoy, resultan intransitables y cuyo estado de degradación resulta indigno para la tercera capital de España en pleno año 2017.

Las coordenadas exactas por si lo quieren comprobar en primera persona son las que comprenden la cuadrícula que forman las calles Doctor Lluch y Escalante con las travesías Amparo Guillem y Pescadores.

Imagen de archivo de una de las calles de la zona de Bien de Interés Cultural
Imagen de archivo de una de las calles de la zona de Bien de Interés Cultural - ROBER SOLSONA

Tras veinticuatro años de gobierno del Partido Popular, una de las primeras decisiones del actual alcalde, Joan Ribó, fue derogar el plan urbanístico de El Cabanyal. Una medida que no ha costado dinero pero ha servido, y es justo reconocerlo, para despejar la incertidumbre que se cernía sobre un barrio en el que no se movía una piedra ni se invertía un euro.

Que algo empieza a cambiar resulta evidente. En estos días de Semana Santa, en el que las imágenes se custodian en los casales de fallas y plantas bajas y en los que las cofradías mantienen sus tradiciones y salen a la calle en procesión, se puede comprobar.

El Cabanyal está de moda, dicen algunos. Otros, en un alarde de optimismo desmesurado comprensible en aquellos que solo van de visita, lo elevan a barrio «en auge».

Con todo, queda mucho camino por recorrer. El Ayuntamiento ha comenzado por subastar algunas de sus propiedades y por ampliar las aceras de calles como la de la Reina, pero todavía está lejos de abordar esa «patata caliente» que continúa representando el rectángulo catalogado como Bien de Interés Cultural -foco y origen del conflicto por el que encalló el barrio-, conocido lamentablemente como «zona cero».

Las bases están puestas y sería injusto no admitir que muchas proceden de antes de 2015. Ya existen equipamientos culturales como la Biblioteca de la Reina o el Teatro El Musical y deportivos, como el pabellón de el Cabanyal-Canyamelar. La iniciativa privada ha contribuido también a poner el barrio en el mapa de las rutas gastronómicas de Valencia. Y lo más importante, unos vecinos que han resistido.

El Cabanyal lleva demasiados años de pasión y muerte. Esperemos que no tengan que transcurrir otros diecisiete para proclamar su resurrección.

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