Joaquín Guzmán - CRÍTICA MUSICAL

Desconcertante elixir

«El público, joven y no habitual en buena parte, pasó una buena velada»

Joaquín Guzmán
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Recuerdo que en su día esta producción de Michieletto me pareció divertida y la vi con agrado, aunque poco más, pues desprendía frescura y novedad. Una segunda vez, creo que con algunos elementos añadidos, ha sido demasiado para mi. Definitivamente me supera la escena del director italiano. Tanto el Barbero de hace unas temporadas, que me pareció aburrida e interminable y este Elisir me hacen concluir que no comulgo con esta concepción escénica. Se aprecia trabajo concienzudo, incluso talento a la hora situar y presentar la acción, de una forma que sorprenda, pero a partir de ahí mi idea del desarrollo dramático se sitúa en el polo opuesto. Ya es este un arte, el de la ópera, de una complejidad suficiente como para que sobre el escenario no paren de suceder cosas, la mayoría absolutamente intrascendentes como si en la cabeza del director estuviera presente la idea del horror vacui.

No creo que sea una opción acertada distraer la atención del espectador con micro escenas que se suceden allá y acullá, coincidiendo con un aria. La atención del espectador se la ha de llevar al cantante y no un grupo de jóvenes reiterando posturas hasta la extenuación. El histrionismo durante dos horas me produce cansancio, aunque puedo aceptar que sea una percepción personal.

Ya desde los primeros compases de la obertura se pudo apreciar que musicalmente algo no acababa de encajar. Si extenuante es la escena, la dirección musical de Keri-Lynn Wilson es desconcertante. En una sala de sonido brillante, en la que en ocasiones hay que contener a ese Ferrari que es la Orquesta de la Comunitat Valenciana, los decibelios apenas se asomaron más allá del foso. El sonido permaneció allí refugiado, por obra y gracia de la directora canadiense, y únicamente en dos o tres ocasiones llenó la sala.

Pero como en esto de la interpretación surgen más las preguntas que respuestas, la versión de la Sra. Wilson hacen plantearse a uno si determinadas escenas deben condicionar de alguna forma la visión musical del director, o por el contrario música y escena deben permanecer en mundos aislados uno del otro y, por tanto, cada uno ha de ir a lo suyo. Lo digo porque quizás lo más sorprendente de la noche fue apreciar el llamativo contraste de un teatro, el de Michieletto que podrá gustar más o menos pero que nadie dudará que se caracteriza por la chispa, el ambiente festivo, histriónico hasta decir basta, carnal y voluptuoso, con una dirección de férreo control, un tanto mojigata y que transmitía un miedo terrible a que se fueran de las manos los volúmenes, las dinámicas y los ritmos. Ello producía una extraña relación entre foso y escena que no funcionaba en absoluto. Como consecuencia de ello la orquesta tuvo una de esas noches para olvidar, no por incapacidad sino por estar sometida a una dirección creo que equivocada. Se pudieron incluso apreciar serios desajustes de conjunto con el coro durante el primer acto, que salvo en la parte del coro de mujeres, tampoco tuvo una de sus mejores actuaciones, y no tanto con unos cantantes que se sintieron muy cómodos, ya que el foso nunca fue rival para sus respectivos medios vocales.

Sin estar ante voces de relumbrón, sin embargo, lo mejor fueron los cantantes. Karen Gardeazabal ofreció unas prestaciones bastante por encima de lo que se espera para una todavía alumna del Centre Plácido Domingo. Tiene muy buena vis dramática, y además una voz que corre, bien proyectada, y con cuerpo. Tan sólo algunos pequeños desajustes en ciertas notas de paso. William Davenport hace un Nemorino afectado. Con una proyección justa de la voz y cumple con suficiencia con su rol, protagonizando una excelente “furtiva lágrima” desde el tejado. Mattia Oliveri fue un buen Belcore, con más que suficientes medios vocales y un tanto sobreactuado en lo dramático. Bordogna, muy aplaudido, proyecta muy bien la voz y su cierta ligereza le da flexibilidad en la línea del canto. Dramáticamente se entrega, pero no sale bien parado si lo comparamos con un memorable Erwin Schrott que, al menos en esta faceta, demostró ser un animal escénico, arrasando en su paso por Valencia.

El público, joven y no habitual en buena parte, pasó una buena velada a juzgar por los entusiastas aplausos. Quizás sea eso lo más positivo de la representación: crear afición a la ópera, aunque sea con una representación que no ha dado el nivel deseado.

Ficha

Palau de les Arts, 4 de octubre

Gaetano Donizetti: L´Elisir d´amore

Karen Gardeazabal, William Davenport, Paolo Bordogna, Mattia Olivieri, Caterina Di Tonno

Cor de la Generalitat

Orquesta de la Comunitat Valenciana

Keri-Lynn Wilson, dirección musical

Damiano Michieletto, dirección de escena

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