Joaquín Guzmán - CRÍTICA

Colaborar es el camino

«La lectura fue un crescendo hasta culminar con todo el conjunto interviniente en estado de gracia»

Joaquín Guzmán
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La última temporada de Yaron Traub como director titular de la orquesta de Valencia está definida por la máxima exigencia. Programas ambiciosos con la Misa solemnis, el ciclo Beethoven o la tercera sinfonía de Gustav Mahler… y en medio de todo este maremagnum musical, un Holandés errante con unos resultados más que notables. En esta ocasión el montaje ha sido fruto de la colaboración entre el Palau de Les Arts, en lo que a la escena se refiere, y el apartado musical ha sido tarea del Palau de la música. Ese es el camino: ambos teatros están a tiro de piedra, y esperamos que aventuras como esta se repitan en otras ocasiones.

Debo reconocer que la obertura no me convenció.

Como si orquesta y director estuvieran calentando motores, faltó nervio, drama, épica. Demasiado control. Todos conocemos los peligros que tienen las versiones en concierto o semi escenificadas, y más con obras que exigen grandes medios orquestales, como es el caso de las óperas de Wagner o Strauss. Los músicos no se encuentran en el foso sino sobre las tablas, junto a los cantantes, y el director debe procurar contener los volúmenes para que las voces no se vean sepultadas por el alud de notas que provienen de la masa orquestal. En esta representación se añade otro escollo: los cantantes cantan, en ocasiones, incluso detrás de la orquesta, junto al coro. Quizás por esa razón Traub hizo una controladísima obertura puesto que, finalizada esta, bajar los volúmenes para acomodarlos a los cantantes habría sido complicado. A partir de ahí, la lectura fue un crescendo hasta culminar con todo el conjunto interviniente en estado de gracia. Dicho esto, el resultado global es positivo y hay que felicitar a todos los intervinientes. Tras el control, Traub demostró inspiración y musicalidad en los pasajes más románticos, y se le vio disfrutar en el tercer acto cuando todo andaba sobre ruedas. Esta es una obra que, más allá de los problemas estrictamente técnicos, que los tiene y muchos, requiere un importante trabajo de profundización expresiva y psicológica que quizás fue lo que más se echó de menos que se logra, en gran medida, con un tiempo del que quizás no se dispone.

Catherine Foster es una Senta imponente. Poseedora de un instrumento privilegiado capaz de defender Isolda, Turandot y Brunnilda, en el rol de la hija de Daland, que siendo exigente, se halla un peldaño por debajo de los mencionados, se sintió como pez en el agua. Me gustó especialmente en los pasajes más líricos y desnudos del primer acto, presumiendo de un control absoluto de su voz. Llegó como una rosa a un final que exige echar el resto. José Antonio López es un interesante Holandés y transmite perfectamente con su bello, matizado y melancólico fraseo, el drama personal del navegante errante, sometido a una eterna maldición divina. En los registros graves y desde el fondo de la escena salió perdiendo en la batalla con la orquesta, y más cuando tuvo que medirse en el primer acto al chorro de voz de un Halfvarson, que si bien es superior en los medios, no lo es en la belleza de una voz más fresca como la de López, ya que el tenor de Illinois evidencia problemas de desgaste, y su emisión es más feota, aunque de alguna forma la hace más creíble para Daland. Una pena que el también tenor norteamericano Charles Workman no se hallara en su mejor día físicamente hablando, lo cual fue anunciado por megafonía. Posee un timbre bellísimo y luminoso, además de frasear estupendamente, sin embargo en el último acto, con intervenciones de tesitura aguda comprometida, pasó clamorosos apuros que salvó con arrojo y profesionalidad. Marina Rodríguez-Cusí cumplió con profesionalidad y buen hacer.

Excepcional el Cor de la Generalitat. Si las mujeres estuvieron espléndidas en los momentos de un mayor lirismo cantando junto a Senta, los hombres como marineros demostraron una contundencia en los ataques y un empaste al nivel de los mejores coros.

La ópera se ofreció en una versión semi escenificada basada en una idea de Allex Aguilera y escenografía de Manuel Zuriaga. El escenario era una pasarela que rodeaba la orquesta. El buque quedaba localizado al fondo, tras la orquesta y junto al coro. Ello también se corresponde con una gran tela blanca que venía a cubrir el órgano y que evocaba las velas del barco, sobre el que se proyectaron poéticas imágenes marinas, y marineras, en blanco y negro, diseñadas por Miguel Bosch. El drama, a pesar de la economía de medios descrita, funcionó a la perfección.

Ficha

Palau de la Música de Valencia, 13 de enero de 2016

Catherine Foster, Marina Rodríguez-Cusí, José Antonio López, Eric Halfvarson, Charles Workman

El holandés errante, ópera romántica en tres actos de Richard Wagner

Cor de la Generalitat

Orquesta de Valencia

Allex Aguilera, Manuel Zuriaga, Miguel Bosch, puesta en escena

Yaron Traub, dirección musical

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