Sergi Doria - SPECTATOR IN BARCINO

Reflexiones sobre la Mercè

A la ignorancia histórica se suma el laicismo que ha ido trastocando las fiestas de la Mercè

Jornada castellera en plaza Sant Jaume EFE

Según el programa de fiestas de la Mercè, este domingo tendremos “matinades de grallers”, concurso de “colles”, Gigantes y Cabezudos, “castellers”, cabalgata, concierto de carillón y audición de sardanas en la basílica… Estaría muy bien si las calles de Barcelona no estuvieran ocupadas, una vez más, por las concentraciones independentistas que padecemos desde el miércoles.

El año pasado, con el escrache preventivo al pregonero Javier Pérez Andújar, el secesionismo que ocupa -día sí y día también-, el espacio público ya contaminó una festividad que es de todos los barceloneses. ¿Quién defiende el equilibrio simbólico de una ciudad abierta? ¿El President de la Generalitat que solo piensa en Barcelona como capital de su quimérica República? ¿El exalcalde y buen burgués Xavier Trias i Vidal de Llobatera dando besitos a las lideresas de la CUP? ¿El Barça que no respeta a sus socios y se apunta a la desobediencia? ¿La alcaldesa que ignora a los barceloneses que no están por la independencia y llama a movilizarse contra el gobierno de España?

Pasaron los tiempos en que las enseñas barcelonesas ondeaban en los autobuses. Ya solo hay esteladas. Y ya que mentamos las banderas recordemos el escudo que sí nos representa a todos. Para los que no lo saben, digamos que las barras no son originariamente de Aragón, sino de la casa condal de Barcelona. A raíz del matrimonio de Ramón Berenguer IV con Petronila de Aragón, las barras o palos vienen a simbolizar la unión de la ciudad y la realeza. En términos heráldicos: “Cruz roja en campo de plata, como señal local de la ciudad y palos rojos en campo de oro, que es señal de la Casa de Barcelona en el reino de Aragón”.

A la ignorancia histórica se suma el laicismo que ha ido trastocando las fiestas de la Mercè. Puestos a relatar leyendas -y de eso la historiografía nacionalista sabe un rato- no estaría de más recordar a Pere Nolasc, el joven mercader de tejidos que un primero de agosto de 1218 afirmó haber visto a la Virgen; la aparición que se hizo extensiva al rey Jaume I y Ramón de Penyafort. Nacía así la orden “mercedaria”, consagrada al rescate de cautivos. En tiempos de cólera y fiebre amarilla, la ciudad se encomendaba a la Mercè…

Enajenada de su motivación religiosa, nuestra Fiesta Mayor no se diferencia en nada de otros días “feriados”. Y si a eso le unimos que la patrona de Barcelona cuenta con muchos fieles en los países iberoamericanos, razón de más para no incluirla en un santoral nacionalista que prefiere localizar su fe en la montaña de Montserrat.

Si uno consigue evitar las “bullangues” independentistas -cosa improbable- puede guarecerse un rincón de la Barcelona gótica: la Real Academia de Buenas Letras de la calle Bisbe Caçador cumple un siglo en el Palau Requesens. En el libro “El Palau de l’Humanisme” (Comanegra) que ha editado Sergio Vila-Sanjuán, una veintena de autores nos descubre esta joya arquitectónica de un patrimonio cultural tan valioso como desconocido.

Fundada en el palacio del marqués de Llió de la calle Moncada, la Academia tuvo diversas sedes hasta su ubicación definitiva en el Palau de Requesens, recinto propiedad del Estado español que a principios del siglo XX se hacía servir como fábrica de tabaco. Tras unos primeros años dedicados a la rehabilitación del edificio que asediaba la naciente Vía Layetana, la Academia comenzó a trabajar realmente en 1922.

Hablar de Buenas Letras es recordar a Francesc Carreras Candi, estudioso del nomenclátor barcelonés y de su gran mantenedor en la posguerra: el doctor Martín de Riquer. Cada vez que visito la Academia me gusta recorrer su galería de catalanes ilustres; fijo la mirada en esas figuras desterradas de la historia oficial o identificadas desde la ignorancia con una calle o plaza: Antoni de Capmany, Jaime Balmes, Pau Piferrer, Ramon Muntaner, Josep Manso, Manuel Milà i Fontanals –maestro barcelonés de Menéndez Pelayo-, Rius i Taulet -el alcalde de la Exposición de 1888, o Joan Mañe i Flaquer, director del Diario de Barcelona, el popular Brusi.

La que se bautizó en sus orígenes ilustrados como “Acadèmia dels Desconfiats” merecería ser más frecuentada por los barceloneses. Esta Mercè es una buena jornada para vindicar a esos personajes de la Ciudad Condal. “Buidem les aules, omplim els carrers!” claman estudiantes con pocas ganas de estudiar. “¡Prensa española manipuladora!” Quienes reclaman libertad de expresión e imprenta, insultan a los periodistas que no les ríen las gracias y emborronan con insultos las novelas de Marsé, el mejor escritor de una Barcelona que ignoran y, por tanto, desprecian. Desconfiemos de sus sonrisas.

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