Joan Corbera - Tribuna abierta

Vidas de perro

Los perros de Hamilton viajan en jet privado; otros huelen el cáncer

La vida de un perro puede ser dura, pero también extraordinariamente placentera si su dueño es Lewis Hamilton. El campeón británico de Fórmula 1 tiene dos buldogs: Roscoe y Coco, que le acompañan por los circuitos de todo el mundo. Incluso asisten a sus ruedas de prensa.

Roscoe y Coco tienen sus propios pases de paddock. Se los dio Bernie Ecclestone y son la excepción a un reglamento de la FIA que prohíbe la presencia de animales a menos que se dediquen a vigilancia y seguridad.

Los dos sabuesos viven una vida de lujo. Viajan en un jet privado, un Bombardier CL-600 color rojo (no precisamente Ferrari), adquirido por el piloto de McLaren Mercedes por 15 millones de libras. El aparato tiene varias camas para ellos, pantallas de plasma y un bar, también con pienso canino.

Hamilton hace obras de caridad: compró una guitarra de Prince bañada en oro por 100.000 dólares -que se donaron a obras benéficas- y ha visitado a niños pobres de países de la Commonwealth.

Hasta aquí la vida de Hamilton y su 0,07% solidario.

La siguiente historia tiene lugar en Barcelona. La protagoniza Blat, un perro cruce de labrador y pit bull que cuando tenía once meses estuvo a punto de ser abandonado. Fue adoptado por Ingrid Ramón, especialista en perros de asistencia, que lo ha adiestrado para fines médicos. Ahora, tres años y medio después es capaz de detectar si una persona padece cáncer de pulmón.

El perro forma parte de un equipo de investigación del hospital Clínic de Barcelona para mejorar la detección precoz de este tipo de cáncer. Los resultados son alentadores. Es capaz de acertar en un 98% de los casos si una persona tiene este tipo de cáncer, simplemente con oler su aliento. El perro detecta incluso lesiones muy incipientes, un asunto clave para un tumor que en el 75% de los casos se detecta cuando ya está muy avanzado y es irreversible.

Blat aprendió durante un año a identificar tumores malignos a partir de muestras de tejido de lana en los que pacientes habían exhalado aire y que se habían conservado en tubos herméticos. El método empleado fue el del refuerzo positivo. Cuando el perro olía una muestra infectada, se le recompensaba con comida y se le obligaba a sentarse. Si olía una muestra de un paciente sin cáncer, no recibía nada. Sentarse o no era la señal de la enfermedad.

Blat examinó muestras de pacientes de cualquier edad, de hombres y de mujeres, con cáncer y sin, con tumores localizados en distintas partes del pulmón, tanto avanzados como incipientes. Los resultados han sido fiables en la práctica totalidad de casos.

Hasta aquí las dos historias. Les dejo a ustedes la moraleja. Y vaya por delante que los perros difícilmente escogen la vida que llevan.

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