Miquel Porta Perales - El oasis catalán

Vándalos

No se trata de una revuelta juvenil, ni de la crisis de valores. Se trata de una violencia autista sin contenido

Encapuchados. Un autobús asaltado. Ruedas de bicicleta pinchadas. Silicona en las cerraduras. Pintadas en las fachadas de los hoteles. Y «turistas go home». No se equivoquen. La alegre muchachada antisistema y, por cierto, independentista, no es la expresión violenta de la crítica de un determinado modelo de turismo. Es otra cosa: la expresión del vandalismo contemporáneo que se percibe en Barcelona y otras ciudades. Ese vandalismo que, como si de de una «guerra civil molecular» se tratara (la expresión es de Hans Magnus Enzensberger), ha estallado en las metrópolis de las sociedades desarrolladas. No se trata de una revuelta juvenil, ni de la crisis de valores. Se trata de una violencia autista sin contenido -una suerte de rito de paso- que refleja la tendencia autodestructiva de los nuevos vándalos. «La acción dice la verdad de la intención», diría André Glucksmann. Y concluiría con su: «Destruyo, luego existo».

En definitiva, el fantasma nihilista que recorre ahora la ciudad de Barcelona. Ese comportamiento -brillantemente percibido por Dostoievski- que gira las reglas aceptadas y fomenta el desorden sistemático. En definitiva, nihilismo.

Y a quien le sorprenda la acción de la susodicha muchachada, le recuerdo que hace unos meses, a raíz del desalojo del llamado «Banco Expropiado» en el barrio de Gracia, nuestros vándalos hicieron público un documento en el que se podía leer lo que sigue: «¡Que tiemblen! Volvemos a las calles, somos la tempestad después de la calma. Piedras, pintadas, martillos y contenedores quemando. La dignidad, recuperada a la fuerza y sin pedir permiso, se abre camino estas noches en las calles de la Villa de Gracia con la resistencia organizada alrededor del desalojo del Banco Expropiado. Imaginar un nuevo mundo que rompa las cadenas a las cuales nos ata este viejo mundo en el que sobrevivimos, pero no se nos está permitido hacerlos realidad».

El Ayuntamiento de Barcelona condena los actos y dice que hay que «canalizar el malestar». Así nos va.

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