Evian Christ, durante se actaución en el Sónar
Evian Christ, durante se actaución en el Sónar - EFE

El Sónar de los señores oscuros y las exploradoras intrépidas

Evian Christ, Clark y Suzanne Ciani coronan una velada de contrastes extremos

BARCELONA Actualizado: Guardar
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Si de algo puede presumir el Sónar es de atreverse a tirarse en bomba donde otros apenas alcanzan a remojarse las pantorrillas, una apuesta por el riesgo y la radicalidad extrema que ayer, en la segunda jornada del festival, se tradujo en despeinantes arreones como el que firmó a media tarde Evian Christ.

El británico, una de las perlas de las electrónica extrema, acaba de estrenarse en el prestigioso sello Warp, hito que quiso celebrar con un aplastante maratón de trance acorazado, visuales cegadores y grime abrasivo. Una trituradora rítmica con algún que otro simulacro de calma anticlimática que puso a prueba tímpanos y córneas y amenazó con poner del revés el SonarHall.

El guante de Evian Christ lo recogió Clark, otro señor oscuro del techno que remató la faena aplicando un poco de elegancia cerebral y oscuridad.

Dos maneras de entender la electrónica que escoraron el festival hacia los confines más acerados y lacerantes de la música electrónica. Mientras tanto, en el otro extremo, la italiana Suzanne Ciani, pionera en el uso de sintetizadores y atrevida exploradora electrónica, se multiplicaba por diez para manejar un imponente y vetusto sintetizador analógico y se reinvindicaba como intrépida aventurera entre frecuencias y atmósferas sintéticas. Otra muestra de veteranía para un festival con antenas repartidas en prácticamente todos los rincones del mundo.

Así, en la segunda y muy concurrida jornada del festival, se pudieron ver artistas neozelandeses, músicos argentinos, discjokeys suecos, bandas islandesas... Un mapamundi completo en el que destacó la productora de origen chino Pan Daijing, quien tomó al asalto el SonarDome cruzando líneas vocales exóticas y aturullantes cascadas de ruido digital.

A la espera de la noche empezase a fundir a negro con las actuaciones de DJShadow y Anderson.Paak, el Sónar fue también ayer un muestrario de tendencias y contrastes extremos. Ahí estaban, por ejemplo, los islandeses Sturla Atlas para demostrar que el trap, ese hip hop de voces autotuneadas, ritmos arrastrados y esencias jamaicanas, está a punto de convertirse en el pop del futuro. Y, como ya ocurre con el pop del presente, la denominación de origen aquí es lo de menos. Son de Islandia, sí, pero podrían ser de Brixton, Queens o Terrassa. Puestos a elegir, mejor quedarse con Bad Gyal, joven catalana que ha encontrado su sitio en el dancehall jamaicano con toques de trap y lírica afilada.

Una apuesta que le sirvió para dejar pequeño el escenario SonarXS y coronarse como novísima revelación nacida al calor de las redes sociales. Pero como no sólo de revoluciones sonoras y sacudidas de impacto vive el festival, ayer también se pudieron ver cosas más o menos convencionales como Roosevelt, formación alemana que, en dura competencia con el sol que calcinaba el SonarVilllage, exhibió músculo sintético y pericia a la hora de transformar su funk retrofuturista y de bombo omnipresente en una suave brisa veraniega.

También los neozelandeses Fat Freddy’s Drop, con su reggae generoso en vientos y canciones ideales para desparramarse en el césped artificial del Village, suavizaron un tanto las aristas del festival, pero la cima de la normalidad llegó con el canadiense River Tiber, que despidió su actuación marcándose un desnudo integral (musical, se entiende) y abrazando la canción folk con, anatema, poco más que su voz y una guitarra.

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