José García Domínguez - Punto de fuga

Puigdemont y su cama de Procusto

En el fondo, el problema de los nacionalistas es simple: no son demócratas

José García Domínguez
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Un tal Narcís Mir, parece que funcionario de la Generalitat adscrito a ese ministerio de asuntos exteriores de la Señorita Pepis en donde pasa el rato el canciller Romeva, ha redactado un papel oficial bajo el muy pretencioso título de: «Nota sobre la adhesión de un estado miembro a la Unión Europea. Aspectos lingüísticos generales y referencias específica al caso de Cataluña». Documento que anuncia las consecuencias para los castellanohablantes y demás ralea de un nuevo estadito en el que el catalán fuera la única lengua oficial. Nada nuevo bajo el Sol, por lo demás. El tal Narcís, probo servidor de su amo Puigdemont, se limita a reproducir la doctrina oficial de siempre, la misma que, salvo Gabriel Rufián, todo el mundo aquí conoce desde muy antiguo.

Quieren declarar alegales a más de la mitad larga de las laringes, traqueas y cuerdas vocales de Cataluña, su muy enfermiza fantasía crónica. Lo dicho, nada nuevo bajo el Sol.

La democracia es el resultado histórico de una larguísima lucha contra nosotros mismos, contra nuestras tendencias más profundas. A fin de cuentas, en una especie que desciende del mono lo extraño es que no todos seamos tribalistas empeñados en castrar diferencias en esa cama de Procusto que llaman «identidad nacional». En el fondo, el problema de los nacionalistas es simple: no son demócratas. La democracia, contra lo que presumen los nacionalistas de todas las naciones, no consiste en un método de decisión, el basado en el sufragio universal, sino en una forma de orden colectivo asentado en la aceptación del disenso. De ahí su carácter antinatural. Porque lo instintivo y espontáneo, esto es lo natural, nos impulsa siempre a adherirnos a la uniformidad de la tribu. Así, el demócrata cree que cualquier miembro de una comunidad únicamente está obligado a admitir determinados principios morales básicos. El nacionalista, en cambio, prescribe obligatoria una identidad cuyos rasgos canónicos, incluidos los lingüísticos, él mismo se encarga de establecer. No andan muy lejos del mono, no.

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