Spectator In Barcino

Puigdemont, Colau y el Carnaval

Quedan más caretas por caer. El Carnaval siempre acaba en el Miércoles de Ceniza

Colau y Puigdemont, en un acto en la plaza Sant Jaume Efe

SERGI DORIA

El Carnaval comienza el jueves, pero en la Cataluña de la mascarada perpetua no se nota cambio alguno. Mientras Puigdemont chocaba la copa con los ultras flamencos, sus «hooligans» lucían caretas de cartón con su jeta. El lobby Junts per Catalunya aureolaba al fugitivo como President Legítim y ERC mantuvo la careta de apoyo al candidato hasta que el TC le rompió la goma e hizo aflorar el amargo rictus del fracaso. En cuanto al otro fugitivo, Toni Comín, es el rey de las caretas: llevó la del maragallismo, luego la del independentismo, se disfrazó de Conseller de Sanitat y ahora de agente doble.

Si supieran Historia, los atorrantes de los CDR no confundirían el Parlament con el Palacio zarista ni al caudillo de Amer con Lenin en el vagón sellado de Zurich… Con la careta «cívica i pacífica», Òmnium y ANC amasan -y luego no amansan- un fascismo con lloriqueos de Llach. El maestro de politólogos Josep M. Vallés retrata al minuto ese victimismo de abuelos con generosa jubilación: «Se quejan de lo que se pierden por no tener Estado propio, pero no están dispuestos a arriesgar lo que ya han conseguido sin él».

«¿Qué gente hay allá arriba, que anda tal estrépito? ¿Son locos?». Esta frase de la «Comedia nueva» de Moratín servía de pórtico a «Todo el año es carnaval», un artículo de Larra de 1833: «Sal a la calle y verás las máscaras de balde», escribía. En la rúa separatista empieza el «ball de bastons». Y Barcelona sigue okupada por los del lacito. De capas y antifaces , Ada Colau sabe un rato: en 2007 reventaba un acto de Iniciativa disfrazada de heroína «Supervivienda».

A falta de una frase con sujeto, verbo y predicado que demuestre que la alcaldesa cultive otra cosa que el «doblepensar» de Orwell , su fiel Pisarello, -el que se partió el pecho para retirar la rojigualda del balcón consistorial, mientras la estelada ondeaba a sus anchas- lamentaba el No del PSC a los presupuestos de 2018: «Collboni prefiere hacerse un nuevo selfie con los partidos de la derecha y esta no es una buena noticia para Barcelona». Como se sabe, la alcaldesa rompió unilateralmente -¿de qué nos suena esta palabra en mente?- con Collboni. Fue en noviembre de 2017: el pulso separatista quebraba la convivencia y Colau llamaba a «movilizarse» contra el 155; ¡No era independentista!... pero colgaba una pancarta a favor de los presos de Estremera.

Así es la «Excelentísima Activista» que Joaquim Roglan reveló en un libro oportuno, mientras los oportunistas perpetraban hagiografías de la nueva Evita de Podemos, confluencias y mareas que solo marean la perdiz. Eran los tiempos de «Ciutat morta», documental galardonado con un Ciutat de Barcelona en 2015. Rodrigo Lanza -hoy acusado de asesinato y en su momento procesado por dejar tetrapléjico a un guardia urbano- aparecía como víctima de un montaje policial. Periodista veterano, Roglan calificó el engendro audiovisual de «sesgado, sectario y manipulado».

Tres años después, Colau sigue enredada entre la responsabilidad de trabajar para todos los barceloneses y su ADN activista. El diagnóstico de Roglan sigue vigente: «La sensación de impunidad en algunos asuntos, de desconcierto en otros, de polémicas más o menos inútiles, de desorden y cierta lentitud en la toma de decisiones crea una impresión de falta de libertad. El resultado es que, en realidad, nadie sabe hacia dónde va o irá Ada Colau. A ciudad paradójica, alcaldesa paradójica».

Adicta al «doblepensar», la alcaldesa reitera que no es independentista y pacta con Xavier Trias y Alfred Bosch retirar partidas de su proyecto estrella: la conexión del tranvía por la Diagonal. La confusión es el «modus vivendi» de indepes y comunes. Los unos, con el cuento del President Legítim; los otros, con el buenismo insostenible.

Perdida la Agencia Europea del Medicamento, Barcelona sigue varada en el marasmo. La activista alcaldesa -ni se molestó en viajar a Bruselas-, había avisado: la candidatura “no era del agrado” de sus bases. El Carnaval político sale caro y dejará muchas facturas que pagaremos todos. El trimestre negro de 2017 arroja una caída turística del 25 por ciento en diciembre y de un 35 por ciento en reservas de alto standing. Al visitante norteamericano no le apetece estar rodeado de «bullangues». Si el turismo de negocios supone el 42 por ciento de la facturación, constataremos el daño económico del proceso separatista y la inacción municipal. El Mobile World Congress se celebrará hasta el 2023... si hay estabilidad. «Hay muchas otras ciudades interesadas», advierten sus promotores.

Barcelona no ha de esperar nada de un Parlament en el limbo. Tampoco de una alcaldesa que usó el gobierno municipal como plataforma del «asalto a los cielos» que prometía Iglesias antes de hundir Podemos.

Quedan más caretas por caer. El Carnaval siempre acaba en el Miércoles de Ceniza.

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