Miquel Porta Perales - El oasis catalán

Procesión

El independentismo, victimista y plañidero, desleal y desafiante, sale de procesión cada 11-S para responder a la maldad que viene del Estado

Miquel Porta Perales
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Lo cuenta Jean Delumeau en «El miedo en Occidente». En la Europa medieval y moderna, las autoridades organizaban procesiones como respuesta a las calamidades que azotaban el Viejo Continente. Al respecto, el historiador francés cita las «columnas de la peste» que alfombraban Alemania, Austria, Croacia y otros lugares. Con la procesión se trataba de cohesionar y tranquilizar a la gente. En dichas procesiones se apelaba al Todopoderoso, los procesionarios lanzaban una panoplia de imploraciones, se flagelaban y practicaban exorcismos para protegerse del Mal. Algunas ciudades pronunciaban votos pidiendo a Dios alguna gracia. Súplica. Plegaria. Liturgia. Rezos y cánticos. Auto de fe. Por lo demás, la ciudad exhibía banderas, pendones, insignias y relieves en mástiles y balcones. Una ceremonia perfectamente ordenada y jerarquizada por el clero que la canaliza y la controla.

Y cuando la calamidad cesaba, «los hombres fueron luego más codiciosos y avaros todavía, porque deseaban poseer mucho más que antes; habiéndose vuelto más codiciosos, perdían la tranquilidad en las disputas, las intrigas, las querellas y los procesos».

Han acertado ustedes. La Historia se repite. Hay mucho de procesión -los griegos ya hablaron de la circularidad de la Historia- en la Diada tumultuaria, callejera, pancartista y vociferante de nuestros días. El independentismo, victimista y plañidero, desleal y desafiante, sale de procesión cada 11-S para responder a la maldad que viene del Estado. De España. Hoy -como entonces-, la procesión, organizada y dirigida por esa curia del nacionalismo catalán que es la ANC y Òmnium Cultural, cohesiona y tranquiliza a una feligresía que implora y se flagela. Liturgia. Exorcismos, cánticos, rezos y banderas en mástiles y balcones, no faltan. Y codicia, querellas e intrigas. Si antaño se apelaba a San Sebastián y San Roque, ahora, en un tiempo en que la fe no está en su mejor momento, los procesionarios dirigen las plegarias a sí mismos. ¿A quién si nadie les escucha?

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