Épica sin ética, VI temporada

No se puede mentir a todo el mundo todo el tiempo decía Lincoln, pero, aquí se sigue engañando a todas horas

Mitin de Junts per Catalunya, el pasado viernes EFE

SERGI DORIA

Netflix prepara un documental sobre la campaña electoral catalana. La serie del Procés acaba su sexta temporada el 21-D. Al reparto de los primeros capítulos –¿recuerdan «la deixa» de Pujol, Mas, Convergència, el camuflaje en el PDECat, el pressing CUP ?– se suman secundarios tan oportunistas como radicales. Al Astut le han embargado las propiedades por el pollo de 9-N y cede pantalla a Puigdemont el beatle de Gerona, al creyente Junqueras y al dinámico dúo de los Jordis.

Entre balbuceos, Marta Rovira pretende conmover a este pueblo tan sentimental... Con el sollozante «¡Lucharemos hasta el final!» algunos quisieron vendernos una Scarlett de Vic, pero el equipo de guionistas republicano no lo ve claro: sus diálogos son atropellados, sus «morcillas» previsibles. A cuatro días del final de esta –¿penúltima?– temporada, la libreta Moleskine de un tal Jové, mano derecha de Junqueras, desvela los secretos y mentiras de la trama.

Para los muñidores del Procés , la razón de su sinrazón –el nacionalismo que mutó en independentismo–, es la sentencia del Constitucional contra aquel Estatuto que apoyó poco más de un tercio de votantes. En «La conjura de los irresponsables» (Anagrama), el juicioso y bien documentado Jordi Amat afirma que tal tesis es un tópico; como tantos otros tópicos, resulta fácil de digerir, cual potito, por quienes abominan del pensamiento complejo: «Pero el relato del proceso –el proceso sobre todo ha sido un relato, demasiado a menudo desmentido por los hechos– ha convertido aquel episodio en una fuente de legitimidad permanente, en una herida que solo puede acabar suturando la independencia…»

La Moleskine de Jové

Vayamos al episodio del 1-O. «El proyecto revolucionario es el nuestro. Necesitamos la épica», escribe Jové, paródico Maquiavelo, en su libreta negra . Volvemos a Amat: «La nueva República, surgida de la épica del 1-O, no pasaba de ser un significante vacío. No había ningún reconocimiento internacional. No había estructuras de Estado que permitiesen hacer efectiva la transición del viejo al nuevo Estado. No había capacidad de imponer con la fuerza un nuevo statu quo … El desconcierto es que las elites gubernamentales lo sabían, como empezamos a descubrir, pero lo habían silenciado. No convenía. Durante tiempo y tiempo se había tratado de ir consolidando socialmente el relato ilusionante para ensanchar la movilización permanente».

En el campo semántico del concepto «ilusión» caben «ilusos» e «ilusionistas» . Los «irresponsables» a que se refiere Amat, esa generación nacionalista clientelar y funcionarial necesitada de la épica e «ilusionante» República, ejercieron de ilusionistas o, más bien, de trileros. Cuando Forcadell declara que la proclamación de la independencia fue un acto simbólico hace ilusionismo y nos toma por ilusos.

Épica, ilusión: cóctel de emociones que gripa todo raciocinio. La fórmula ha funcionado desde Banca Catalana . Pujol –Guionista Mayor de la Serie– en el orwelliano año de 1984: «El gobierno central ha hecho una jugada indigna. Y, a partir de ahora, cuando alguien hable de ética, de moral y juego limpio, hablaremos nosotros».

No se puede mentir a todo el mundo todo el tiempo decía Lincoln, pero, aquí se sigue engañando a todas horas. Listas electorales con políticos quemados por la mentira para aliviar su situación judicial. Rull y Turull salen del trullo y no piden perdón por las falacias que sembraron y propagaron; Turull se queja de que Iceta baila mientras los suyos siguen en Estremera . Lo de Rull es más indignante que el victimismo primario de su conmilitón: la comida carcelaria es flatulenta y las hamburguesas estaban tan quemadas que rompió un tenedor.

Los últimos episodios de la desdichada teleserie son cada vez más chocantes: las CUP que pretendían convertir la Catedral en economato protestan por la devolución del arte sacro del museo de Lérida a sus propietarios. Un poquito de Historia les iría bien. El monasterio de Sijena ardió por obra de sus admirados anarquistas catalanes: las brasas de la Virgen de Sijena sirvieron para encender una estufa. La «Comissió de la Dignitat» , que en 2002 reclamaba el retorno a Cataluña de los papeles de Salamanca, no dice ni pío sobre el derecho de los aragoneses a recuperar lo suyo. Al contrario, el entorno secesionista habla de «expolio» al amparo del artículo 155. Inmoral moraleja: reclamar documentos catalanes requisados durante la guerra es dignidad; reclamar las obras del monasterio de Sijena es hacerse con un botín.

En la épica sin ética de la serie del Procés, la semántica se prostituye. A los «políticos presos» les llaman «presos políticos». El fugitivo de Bruselas se proclama exiliado y ensucia la memoria del exilio. Comín acusa al gobierno español de franquista jaleado por la ultraderecha flamenca. Hablan de «golpe de estado» y olvidan el episodio en el Parlament los días 6 y 7 de septiembre. El 1-O de las urnas-tuperware y la gente votando tres veces es un «mandato popular»… ¿Continuará? ¿Qué nuevos episodios depara la farsa?

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