Sergi Doria - Spectator in Barcino

El bloqueo populista

Si algo une a Podemos, Colau, Le Pen, Amanecer Dorado, el Movimiento 5 Estrellas, la Liga Norte, Puigdemont, ERC, la CUP y compañía o Syriza es su aversión a la UE

Para conocer a los enemigos de Europa y saber lo que se nos viene encima, leamos «La fortaleza asediada» (Península/Plon) de los periodistas J. M. Martí Font y Christophe Barbier. Entre los síntomas del populismo, patología social que conjuga los virus extremistas a derecha e izquierda, el nacionalismo y el anticapitalismo, los autores señalan el rechazo a las élites -quién no apoya al populismo no es la «buena gente» ni el «pueblo»-; la identidad contra la globalización; la nostalgia de utopías que no se hicieron realidad; el rechazo de la inmigración y el islam (populismo de ultraderecha) o la promoción del «sinpapelismo» (populismo de izquierda); el chantaje emocional (independentismo catalán); el egoísmo económico (Brexit)...

Si algo une a Podemos, Ada Colau, Marine Le Pen, Nigel Farage, Amanecer Dorado, el Movimiento 5 Estrellas, la Liga Norte, Carles Puigdemont, ERC, la CUP y compañía, Syriza, Geert Wilders o Viktor Orban es su aversión a la Unión Europea: «El punto común entre todos, o casi todos, es poner en duda el proyecto europeo... bajo esta etiqueta se encuentran fusionados los conceptos más diversos, desde el electoralismo más banal hasta el nacionalismo más fundamentalista, pasando por todos los grados de la demagogia», advierten.

Después de calificar la UE como un «club de países decadentes» y plantear un Brexit a la catalana, Puigdemont acabó agradeciendo a los jueces alemanes que no se le extraditara por rebelión -el golpe no fue suficientemente violento, arguían-. Recordemos que en vísperas de la resolución, el independentismo comparaba la policía germana con la Gestapo que detuvo a Lluís Companys y a la UE con un Reich «dominado» por la «führer» Angela Merkel.

En Cataluña padecemos dos populismos que cuestionan la sociedad abierta: el independentismo y los neocomunistas de Colau, que son dos caras de la misma falsa moneda. El primero, que en su etapa de incubación pujolista blasonaba de europeísmo, pasó a atacar agriamente a la UE cuando ningún Estado reconoció la fantasmagórica república catalana: «Desde el considerable poder que le otorgaba el control del gobierno autonómico, que maneja un importante presupuesto y no menos importantes medios de comunicación públicos, construyó sobre una vieja y conservadora base identitaria y cultural un relato irredento y visceral, de claros tintes supremacistas respecto al resto de España», apuntan Martí Font y Barbier.

En cuanto al «colauismo», apéndice catalán de Podemos, añaden: «No ha podido soportar la presión del independentismo, ha doblado el espinazo gracias a su modelo de democracia asamblearia y ha roto el pacto con los socialistas con el que gobernaba Barcelona».

La pinza de este «nacionalpopulismo.cat» tuvo en la manifestación del 15 de abril su imagen más bochornosa: en el parque de las Tres Chimeneas -un símbolo de la huelga de La Canadenca en la que la CNT consiguió la jornada de las 8 horas en 1919-, independentistas, comunes y los sindicatos UGT y CC.OO. se fusionaron en amarillo: pedían la liberación de los políticos que dieron el golpe institucional que el 6 y 7 de septiembre suspendía en Cataluña la Constitución y el Estatuto, paso previo al referendum ilegal del 1-O y la proclamación «republicana» del 27-O.

No es la primera vez que las franquicias catalanas de los sindicatos estatales se ponen al servicio de un gobierno nacionalista que, paradójicamente, ha sido el que más recortes hizo en educación y sanidad. Un ejemplo de esta connivencia, más propia de un sindicato vertical, es la Renta Garantizada de Ciudadanía. La exconsejera de Trabajo, Asuntos Sociales y Familias y ugetista Dolors Bassa -hoy en prisión preventiva- presentó esta ley como un ejemplo de sensibilidad social de un independentismo realmente volcado en su proyecto separatista: aprobada en julio de 2017, hoy hay 40.000 expedientes que esperan resolución.

El pasado martes, desangelado Primero de Mayo, ERC homenajeba ante el monumento de Francesc Layret a Bassa, la consejera que se deshacía en elogios a Fidel Castro: «Cuba, fins la victòria sempre!», proclamaba el 27 de noviembre de 2016 a la muerte del dictador. ¡Si Layret levantara la cabeza!

En plena efusión populista, la presidenta de la ANC, Elisenda Paluzie, aseguraba que en la idílica república catalana el Salario Mínimo Interprofesional no bajaría de los 1.200 euros. No diremos que la ignorancia es atrevida -Paluzie es economista- pero sí que el independentismo prefiere la mentira que la realidad que estropea sus arengas populistas.

Este es el argumentario del «nacionalpopulismo.cat», un modus vivendi para sus promotores. Les sostiene una masa alérgica al pensamiento crítico y los comunes y cuperos que alternan su ADN anticlerical con un fervor patológico por la teología nacionalista.

Cataluña es una sociedad bloqueada por el griterío independentista y una alcaldesa que encubre su gestión inepta -narcopisos, tranvía, multiconsultas, fracaso en su proyecto de vivienda social- con campañas de rencor histórico. En las próximas municipales los que dicen ser el pueblo competirán con el liberalismo democrático que ha de restaurar a Barcelona en el mapa europeísta.

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