Sergi Doria - Spectator in Barcino

La alcaldesa y su erial

La cacareada agenda de Colau era una forma de hablar para ganar tiempo y seguir en el cargo

Sergi Doria

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Barcelona lleva demasiado tiempo secuestrada por los dos inquilinos de la plaza Sant Jaume. Los del golpe «de mentirijillas» se cuecen en su salsa y prorrogan, gracias a Puigdemont, el 155. En el lado municipal, Ada Colau cuida con arrobo el lazo amarillo del balcón mientras maquilla con su «doble pensar» el oportunismo política. ¿De qué sirve gastarse 300.000 euros en tres meses de campaña publicitaria «Share like follow Barcelona» (Compartir, gustar, seguir Barcelona) mientras los CDR –brazo violento del «Procés cívic i pacífic»– amenazan con reventar la inauguración del Mobile World Congress en el Palau de la Música? ¿De qué sirve aplaudir los magníficos resultados de Fira de Barcelona para luego presidir una recepción institucional a los familiares de los políticos presos mientras el ayuntamiento se persona contra las cargas policiales en el referéndum –ilegal– del 1-O?

Si Colau se dedicara a lo que realmente le atañe; esto es, servir a toda la ciudadanía en lugar de colaborar por acción u omisión con el independentismo, la campaña «compartir, gustar, seguir» tendría sentido. Tres años después de la exaltación a la alcaldía –con solo once concejales– de la activista constatamos que su cacareada agenda era una forma de hablar para ganar tiempo y seguir en el cargo: el modus operandi de quien no tiene ningún proyecto para su ciudad que no sea la facundia populista. Solo hay que tomar el AVE, pasearse un rato por Madrid y constatar la desertización cultural que han promovido los consistorios nacionalistas y comunes. La indiferencia hacia las cosas del saber de los segundos se exculpaba con una frase: «no les hables de Cultura, lo suyo es trabajar a fondo la agenda social».

A los comunes no les pone la Cultura, si no es para montar un pollo como poner la estatua ecuestre del Dictador en el Born para que la pintarrajeen de rosa y descabecen, promocionar la poetisa del «Marenostra» o convertir el castillo de Montjuïc en perpetuo recordatorio de los males del fascismo mientras se ignora la represión republicana: el 11 de agosto de 2018 se cumplirán ochenta años de los 62 catalanes del bando franquista fusilados en el foso de Santa Elena. ¿Habrá, en este caso, memoria histórica?

A L’Hospitalet, la abulia «comunal» le va de perlas. Como anunció su competente alcaldesa, Nuria Marín, el 23 de marzo el Cirque de Soleil abrirá sede logística con la intención de permanecer hasta 2030. Al mismo tiempo que la Agencia Europea del Medicamento pasaba de largo como Míster Marshall, el distrito cultural de L’Hospitalet acogía el último año medio centenar de empresas: la última incorporación, el Village Underground, espacio de creación con homólogos en Londres y Lisboa; se añade a la Casa de la Música, el Auditorio Planeta, el Centro Europeo de Medicina Tradicional China...

Mientras las empresas hosteleras cancelan sus proyectos en Barcelona y las reservas para primavera caen respecto al año 2017, L’Hospitalet ha pasado de no tener un solo hotel en 1998 a contar con 13 en 2018, que serán 16 en un par de años.

Está claro que a los comunes no les interesa la Cultura, el turismo les produce alergia y la falta de vivienda social es lo único que les quita el sueño. ¿Seguro? Según datos de la PAH (Plataforma de Afectados por la Hipoteca) –¿le suena de algo, alcaldesa?– un millar de personas duermen en la calle, hay 30.000 en lista de espera de vivienda pública y han habido más de 12.000 desahucios desde 2015. Después de tal fiasco, Colau y su «dream team» municipal se destapan –después de un trienio de marear la perdiz y meterse en asuntos que no les tocan– con una oferta... de 92 viviendas prefabricadas. El número 92, mira por donde, como el año más esplendoroso de nuestra Ciudad Condal (¡que tristeza!).

A falta de alquileres sociales, los comunes han trazado muchos quilómetros de carriles bici. Antes los ciclistas ocupaban las aceras, ahora van por el carril… y siguen acechando en las aceras.

A los comunes solo les interesa lo social, decían. Aunque la «higienización» del Raval tuvo algunas trampas inmobiliarias, todo el mundo convenía en que los tiempos de la heroína de los 80 habían pasado a la Historia. Pues resulta que no. En las calles del Barrio Chino de leyenda proliferan ahora los «narcopisos» –casi medio centenar–; si antes se organizaban rutas literarias, ahora se hacen «narcotours» con parada y nauseas en el número 22 de la calle Roig. Así están las cosas: antes se hablaba de Casa Leopoldo, la Granja Gavá –hoy Beirut– donde nació Terenci, de la Cera de Peret, la calle Botella de Vázquez Montalbán, la absenta del Marsella... Ahora vuelven los yonquis, las jeringuillas, la basura, las heces en los rellanos y la inseguridad.

Nos queda, todavía, un año de erial.

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