Antonio Piedra - No somos nadie

Sectarismo impunesco

«El papel rector y salvífico de la Unesco respecto al Archivo de Salamanca (...) ha sido tan ejemplar como una pandilla de políticos sectarios»

Antonio Piedra
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En Castilla y León respiramos con nitidez atmosférica la naturaleza de la Unesco que se dedica –eso dice su página web– a «crear condiciones propicias para un diálogo entre las civilizaciones, las culturas y los pueblos fundado en el respeto de los valores comunes». Loable función si fuera cierta. La realidad, al menos desde la Meseta donde las palabras tienen peso definitorio y significan lo que sus hechos demuestran, es muy otra. Su corrupción fehaciente nos remite a las actuaciones concretas de la Unesco en torno al Archivo de Salamanca que han sido nulas, pues sus silencios clamorosos se parecen a las compresas de menstruación ecológica que ahora se venden por TV como nubes que pasan o golosinas al por mayor.

El papel rector y salvífico de la Unesco respecto al Archivo de Salamanca –y esto aquí lo sabemos desde hace décadas– ha sido tan ejemplar como una pandilla de políticos sectarios, como una piara de saqueadores patrimoniales con sueldos descomunales y vitalicios a sueldo del nacionalismo, como unos caciques universales cuya ignorancia la amplifican sus cómplices silencios, y como unos oportunistas ancestrales que hacen de la historia y de la cultura histórica condumio antropounesco. En resumen, y como diría ese portento en política empodemizada que es Pedro Sánchez, la Unesco no sería más que una cita “prescindible” o un simple reducto, como digo yo, de sectarismo impunesco.

Los conservadores de la historia con criterios pancistas –de la panza sale la danza con decretos pumpunescos– acaban de darnos una lección magistral de cómo su concepto sobre la historia y sobre la verdad de las civilizaciones se lo pasan por la pernera de una política, básicamente, hitleriana y estalinista. Hace un par de días, el Consejo Ejecutivo de la Unesco decretó, con un par de cojinescos, que el Monte del Templo de Jerusalén no tiene nada que ver con el pueblo judío ni con el judaísmo. Semejante aberración histórica no es que sea sectaria en sí –que lo es–, sino que se inventa por las buenas el capítulo más antisemita de la historia de todos los tiempos.

Que un ministro de la España democrática, como el de Exteriores señor García Margallo –¡yo,yo,yo!–, haya dado a su representante en la Unesco instrucciones para que se abstuviera en una cuestión de rigor científico como ésta, avergüenza y demuestra en manos de quién estamos. Lógico paripé de una saga de políticos inanes y ruinescos que se creen más que Nabucodonosor II que destruyó el templo salomónico, más que Tito que arrasó el último, y más que Roma que escribió la historia de Occidente. Todos estos no hicieron más que consolidar lo indiscutible: que el Monte del Templo era judío. La Unesco ha decretado lo contrario como prejuicio de la estupidez política reinante. O sea, como en el Archivo de Salamanca: una zapatería de insostenibles tontunescos.

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