Antonio Piedra - No somos nadie

Un Sánchez pequeño

«Llegó al comité federal del PSOE con las fuerzas tan maltrechas y mermadas que ni una copita de Jerez, obsequio envenenado de Susana Díaz, logró evitar el sofocón del burgalés»

Antonio Piedra
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Con el PSOE de Castilla y León -y sé lo que me digo porque soy militante consorte- la pesadez política llega al extremo regocijante de Montaigne cuando denunciaba en uno de sus ensayos más perversos que «se puede hablar con verdad, pero hablar con orden, prudencia y saber, pocos lo consiguen». Consideración excesiva que puede predicarse del joven Tudanca como del perejil en los guisos de Óscar López, que ya es un ex en casi todo en un partido que fue todo en la Meseta. El discípulo de Óscar López -que echó a Villarrubia de la secretaría general de Castilla y León por vía gestora, y que se impuso en las primarias con el dedo omnipotente de Ferraz- está probando estos días de su propia medicina.

Ayer sábado llegó al comité federal del PSOE con las fuerzas tan maltrechas y mermadas que ni una copita de Jerez, obsequio envenenado de Susana Díaz, logró evitar el sofocón del burgalés que está más sólo que un racimo de uvas tras la rebusca de un majuelo a finales de octubre. Y es que la abstención ante la investidura de Rajoy está dejando al líder castellano y leonés, como a otros muchos, en los arrabales de Podemos cuando se toca así -con la contundencia de un federalista que fue a Soria el viernes con dieta- el tambor de la melancolía: «dar el Gobierno al PP es lo peor que le puede pasar a España y a sus gentes». O sea, que ni terceras elecciones ni investidura siempre que el aguinaldo llegue intocable de Navidad a Pascua de Resurrección.

Situación privilegiada que los votantes ya no están dispuestos a tolerar por más tiempo. Sencillamente, porque están hasta los mismísimos cataplines. Tanto que ahora mismo les ocurre como antaño al general Narváez que, como todo el mundo sabe, era de armas tomar con el recuento de votos y el canon de las obligaciones. Unos afiliados al sindicato del aguinaldo pretendían entonces mantener sus privilegios -permanecer cubiertos mientras los demás tenían que descubrirse la riñonera- y, como presidente del Gobierno en funciones, el general cortó por lo sano en la sala de columnas del Congreso. Se caló el casco de capitán general y ordenó a sus acompañantes: «A cubrirse, ¡ya!». Y se acabó la impostura «per iocum», es decir, por juego o diversión.

Lo que se decida hoy domingo en el cónclave de los socialistas en Madrid no dependerá para nada de la postura oscarizada y contra corriente del señor Tudanca. Lo que decidan los socialistas será una mera cuestión de supervivencia política con unas consecuencias dramáticas en ambos sentidos. Por la cuenta que me tiene, espero que no se repita la historia de Víctor Hugo cuando denunció en la asamblea nacional francesa algo que le valió al poco tiempo el destierro: «Hemos tenido un Napoleón el Grande, ¿vamos a tener ahora un Napoleón pequeño?». Pues lo mismo digo yo: ¿es que a Sánchez el grande, le va a suceder un Sánchez pequeño?

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