Ignacio Miranda - Por mi vereda

Rosalía ante su señoría

Desde el martes, se sienta en el banquillo de la Audiencia Nacional Rosalía Iglesias Villar, segunda esposa de Luis Bárcenas

Ignacio Miranda
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Hay biografías de telenovela que no alcanzaría a crear el guionista más perspicaz, donde la realidad supera a la ficción. Vidas ribeteadas de orígenes humildes, ambición desmedida, belleza, poder mal administrado, tosca ostentación, pasiones y ahora, como remate en la España de las modernas variantes del latrocinio, un incómodo paseíllo ante los tribunales. Desde el martes, se sienta en el banquillo de la Audiencia Nacional Rosalía Iglesias Villar, segunda esposa de Luis Bárcenas, para quien la Fiscalía pide veinticuatro años y un mes de prisión por un presunto delito contra la Hacienda Pública dentro del caso Gürtel.

Nacida en la Astorga de 1960, en esa década donde por allí predicaba un prelado llamado don Marcelo, e hija de un camionero que llegó a montar una pequeña empresa, Rosalía era una niña guapa, trabajadora y con carácter.

Pero aquel ambiente levítico y castrense de su ciudad empezaba a pesar como una losa en plena juventud, así que con veinte añitos marchó a Madrid. Discreta, de porte airoso y tipo fino, pronto se convierte en dependienta de una peletería, donde trataba con una clientela influyente, hasta el extremo de pegar el salto como secretaria a la sede nacional del PP. !Lo que hace el visón!

En Génova estuvo a las órdenes de Jorge Verstrynge, hoy abducido antisistema, quien recuerda además su inteligencia. Pronto cayó rendida ante Bárcenas, que se separó de su primera mujer para casarse con ella. Vinieron entonces la borrachera de glamour, la orgía de millones de euros, la colección de antigüedades, los bolsos de Loewe y el patrimonio inmobiliario por el distrito de Salamanca, Baqueira o Guadalmina. Mujer altiva, luego esposa doliente, reclamaba al juez Ruz cincuenta euros mensuales para peluquería. La maragata afronta tras sus gafas negras una realidad muy diferente al derroche amoral vivido. La Justicia tiene la palabra. Y ojo: la elegancia es sobriedad.

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