Quiero y no sé

Jorge Lavelli, el director de escena franco argentino (no necesita presentación para cualquier letrado en materia cultural) pudo ser el primer director del remozado teatro Calderón. Con su trayectoria hubiera dado un impulso a las artes escénicas y la lírica, pero el ayuntamiento popular prefirió convocar la plaza de director con un perfil gerencial por encima del artístico, a dictados del entonces influyente Cortés. En esta larga década, Guillamón y Viteri han realizado una buena gestión: programación tradicional de calidad y refrendo de público, traducidos en varios cientos de abonados, que llenan el teatro y las arcas.

Ahora Ana Redondo, el cargo le viene grande, saca a concurso la plaza del Calderón. Las bases son decepcionantes: opta por un director gestor (lo que distingue una cultura progresista de otra conservadora es que la primera apuesta por un perfil que aúne concepción artística y gestión frente al conservadurismo, programar un teatro sin una línea artística propia) y se pierde la ocasión de tener un definido marchamo artístico; no se considera el contrato vinculado a un programa riguroso del candidato, algo que impulsó el exministro Cesar Antonio Molina en el código de buenas prácticas para cargos de cultura, que liga un proyecto a su cumplimiento y garantiza independencia política (intervencionista o dactil).

Es de esperar que la comisión sea transparente y la buena redacción de las bases, para que el Procurador del Común no enmiende la plana al ayuntamiento como en la Seminci. Me creo que no haya agraciado antes de terminar en plazo esta semana, pero ¿era necesario un concurso para más de lo mismo, cuando el actual responsable desempeña con acierto su trabajo, aunque fuera nombrado por el PP?