Fernando Conde - Al pairo

El orador

«Falló en los modos y se escudó en esa simplona estrategia de no mentar el nombre de los muertos, como si esa fuera una fórmula mágica para lograr desdibujar la sombra del ciprés»

Fernando Conde
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El debate sobre el estado de la comunidad ha demostrado que, a pesar de las dotes de buen lidiador que caracterizan al presidente Herrera cuando se echa a los medios del albero parlamentario, esta vez los morlacos salían de chiqueros dispuestos a hacer hilo con la carne y no con el capote. Eran cornúpetas avisados y sabían bien por dónde tenían que embestir. Y embistieron. Herrera no es un político al uso y en los lances oratorios se desenvuelve como pez en el agua, pero en esta ocasión probablemente ni el mejor Demóstenes hubiera tenido fácil desviar el tiro sólo con su buena oratoria. Por eso quizá falló en los modos y se escudó en esa simplona estrategia de no mentar el nombre de los muertos, como si esa fuera una fórmula mágica para lograr desdibujar la sombra del ciprés.

Así las cosas y con todos los precedentes inmediatos que habían concurrido a este duelo, era muy difícil, por no decir imposible, que los datos positivos que adornan el balance político de esta mediada legislatura sirvieran para conjurar la conjura.

La oratoria es un arte que debería enseñarse en las escuelas como asignatura obligatoria. Los griegos y los romanos sabían que retórica y oratoria eran las dos armas fundamentales del buen político y que, para lograr que el mensaje cale, tan importante es la forma como el fondo. Pero no vale ya con llevar bien aprendidos esos cuatro ademanes y tres gestos que en España pusieron de moda el «felipismo» y sus mariachis; entre otras cosas porque ya por entonces eran más viejos que la tarara. Y si no lo creen, busquen en internet un vídeo impresionante de Ramón Gómez de la Serna titulado como esta columna. En él, el padre de la greguería, el genio entre genios de los «novecentistas» explica en apenas cuatro minutos y con la ayuda de una mano aberrante todos esos tics que ustedes habrán visto un millón de veces en los políticos de manual. Sin duda, una auténtica joya de hemeroteca.

Pero quizá por eso, en estos tiempos que corren, sea tan necesaria una renovación no sólo del alma del discurso sino también del aura que lo adorna. De poco sirve obviar lo evidente, de nada jugar al regate de lo que todo el mundo ya tiene en la cabeza. Esa trampa en realidad sólo sirve para poner en evidencia el miedo que da la palara cuando el orador cree que su uso puede dañar la base del discurso. Ya advertía Cicerón que la verdad se corrompe tanto con la mentira como con el silencio, y un buen orador sabe que un silencio no siempre consiste en evitar palabras.

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