Fernando Conde - Al pairo

Libre te quiero

«Gracias, Agustín, por haber escrito estos versos tan bellos. Y por recordaros a vosotros, malnacidos maltradores de mujeres, que esas mujeres no eran vuestras, no eran vuestras»

Fernando Conde
Actualizado: Guardar
Enviar noticia por correo electrónico

«Como arroyo que brinca / de peña en peña. / Pero no mía». Pero no mía... Éste es el salmo que se repite a cada estrofa y a modo de coda en uno de los mejores poemas de nuestra historia poética reciente. Un texto que deberíais llevar marcado a fuego, en la mente y en la piel, quienes confundís el amor verdadero con la posesión; quienes malmatáis a una mujer bajo el argumento canalla del «o mía o de nadie». «Grande te quiero, / como monte preñado / de primaveras. / Pero no mía». Porque los hijos que les hicisteis a esas pobres desgraciadas no merecen su pérdida; porque nada más grande para un hijo que una madre. «Buena te quiero, / como pan que no sabe / su masa buena.

/ Pero no mía». Porque buenas eran esas mujeres a las que un día requebrasteis, a las que les prometisteis amor eterno, a las que jurasteis respetar, ante un altar, todos los días de su vida. «Alta te quiero, / como chopo que al cielo / se despereza. / Pero no mía». Porque alta tendrían que haber llevado siempre la frente, orgullosas de tener al lado a un hombre y no a una bestia. Una bestia a la que le mostraban sumisión bajando la mirada, silenciando el vía crucis, muriendo en vida. «Blanca te quiero, / como flor de azahares / sobre la tierra. / Pero no mía.» Porque esa tierra cubierta ahora de sangre era tierra blanca preñada de flor de azahares, las mismas flores que se marchitan al paso de un cobarde y que postran su belleza ante tanta ignominia, tanta sinrazón, tanta vergüenza. ¡Pero, gracias! Gracias, Agustín, por haber escrito estos versos tan bellos. Y por recordaros a vosotros, malnacidos maltradores de mujeres, que esas mujeres no eran vuestras, no eran vuestras. Ni de Dios, ni de nadie, ni suyas siquiera.

Ver los comentarios