Fernando Conde - Al pairo

Herrera, Sansón y el avestruz

«Si yo fuera Herrera, no querría dejar una memoria empercudida de mi tiempo»

Fernando Conde
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Cuando hace un par de años Juan Vicente Herrera pronunció aquellas palabras en Saldaña, probablemente no imaginaba qué poco tiempo iba a pasar para ver a Castilla y León en el mapa de España de la corrupción. Hasta ahora todo eran indicios, informes, sospechas y vientos que corrían de acá para allá sin encontrar acomodo, pero ahora, si se confirma lo publicado por los medios, esos indicios, esos informes, esas sospechas y esos vientos de tan pingüe viaje se han transformado en una querella que amenaza con destruir parte de la herencia positiva del herrerismo.

La semana pasada, en otro «Al pairo», hablaba un servidor de lo injusto que es que muchos políticos honrados tengan que verse amparados por unas siglas que han defendido, en algunos casos, incluso con sus vidas.

No olvidemos que no hace tanto que en este país por pertenecer o ser simpatizante del PP -también del PSOE- te podían regalar un «vale por un tiro en la nuca». Por eso -o mejor dicho, por aquellos que dieron su vida- resulta más infamante y más vergonzoso que unos cuantos listillos se hayan hecho de oro a costa del ciudadano y de sus votos.

Creo sinceramente que Herrera aborrece la corrupción política tanto como manifiesta. Ahora bien, hechos son amores y no buenas razones. Ante el panorama que se avecina -porque las eólicas quizá sólo sean la punta de la pala que gira-, Herrera sólo tiene dos opciones para no convertir este tiempo de descuento que se ha concedido en un suplicio. A saber, o emplear la táctica del avestruz y esconder la cabeza debajo del ala, a ver si escampa de algún modo; o hacer suya la estrategia de Sansón y sepultar bajo el edifico que él mismo ha construido en estos años de mandato a quienes directa o indirectamente, por acción o por omisión, a sabiendas o por ignorancia, contribuyeron a «institucionalizar» la corrupción a sus espaldas.

Si yo fuera Herrera, no querría dejar una memoria empercudida de mi tiempo. Me iría como un señor, cerrando la carpeta, guardando la pluma, saludando a la concurrencia con la cabeza alta y dejando a mi sucesor el despacho recogido y limpio, sin rastros de tamo bajo las alfombras. A no ser que sea justamente eso lo que no quisiera hacer y prefiriera, a pesar de todo, legar una duda que, sin duda, acabaría por manchar hasta los mejores recuerdos. Pero en ese caso… yo no sería Herrera.

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