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Hamlet, pero no tanto

José Jiménez Lozano publica nueva novela con la obra shakesperiana como trasfondo de unos personajes que viven su propio drama

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Ya puede verse en librerías la última novela de Jiménez Lozano, que se titula «Se llamaba Carolina». Ediciones Encuentro ha realizado una atractiva entrega de 235 páginas que se leen con la facilidad que atribuía Montaigne a los relatos sencillos que a la postre resultan complejos, como es el caso. Incluyen estas hojas un estudio de Carmen Bobes, sólo apto para filólogos que buscan en la «concurrencia de géneros» emociones fuertes.

Como el espacio es breve como la vida, me limitaré a lo esencial pues en esta novela las apariencias engañan. Cierta crítica ya le ha colgado un sambenito: que se trata de un homenaje a Shakespeare. Gran confusión. Escribir sobre lo que ocurre en una representación del Hamlet poco tiene que ver con un homenaje a Shakespeare.

Tampoco digo que se abone aquí la injusta crítica de Tolstoi que hablaba del «drama de un ignorante». En absoluto. Sólo digo que las similitudes entre Hamlet y Se llamaba Carolina son escasas.

El lector topa aquí con algo bien sencillo: con una puesta en escena de Hamlet que crea en los actores algunos problemas serios y que la maestría narradora de Jiménez Lozano solventa a su modo. ¿De qué clase de complicaciones hablamos? Las que tienen unas personas concretas que viven su propio drama de guerra civil y que, al encarnar un personaje shakesperiano con toda profesionalidad, se disparan las diferencias vitales, las concepciones filosóficas y el modo de entender la realidad.

Y así vemos, por citar un ejemplo, cómo el pretendiente al papel de Hamlet, Alejo, quiere arrastrar a Carolina –la protagonista de la novela que representa la figura de Ofelia– al rol suicida y nihilista que Shakespeare le asigna en su drama. Las respuestas que dan unos y otros a esta pretensión –desde un mecánico de coches a unas simples peluqueras– es vitalmente unánime: eso de disertar, incluso filosóficamente, sobre las víctimas con «los tiroteos deportivos entre tirios y troyanos» resulta atractivo como categoría hamletiana, pero en la vida normal no tanto.

Al menos para estos actores ambulantes de Se llamaba Carolina, donde el ser dirime sus diferencias frente al no ser en una cuestión de supervivencia, donde las «palabras, palabras, palabras» hamletianas tienen sus razones de esperanza, y donde incluso una juventud bárbara, como la del colegio de San Clodio, concluye en el último capítulo, lleno de hallazgos líricos, con lo más shakesperiano de Hamlet: «¡Qué obra maestra es el hombre!». O sea, como el talento de Jiménez Lozano lo demuestra en esta gran novela.

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