Antonio Piedra - No somos nadie

Estremecedor

«Alicia García, tú que puedes, anda, echa la mano a esta otra Teresa de Valladolid que no te pide que la hagas rica, sino que la restituyas a su antigua pobreza de 358 euros»

Antonio Piedra

Me refiero al testimonio que nos dio el jueves pasado el periodista J. Asua. Periodismo de investigación que te deja la sangre congelada porque no te imaginas que pueda ser cierto, que alguien cuente en un periódico la dramática historia de Teresa Cantalapiedra, y que puedas seguir leyendo como si la tragedia se improvisara en un plató de MasterChef. Hablamos, según el informante, de una ciudadana de Valladolid que tiene 58 años, con varias enfermedades gravísimas, un historial clínico contrastado, con una discapacidad que ha pasado en un pispás del 81% al 52% en virtud de recientes baremos de evaluación, con una situación económica severa que raya con la pobreza intolerable, y a la que acaban de retirar oficialmente su pensión de 358 euros al mes con la que apenas sobrevivía.

Al releer la historia de Teresa -y lamentablemente hay que repasarla más de una vez porque la incredulidad patina-, me viene a la mente lo que dicen en mi pueblo sobre circunstancias machacantes y adversas: cuando Dios da no es miserable. Y sobre todo, desde mi deformación literaria, se me impone la terrible argumentación de Dostoyevski en su gran novela «Humillados y ofendidos»: que a la pobre gente les falla la humanidad, el sistema, los planes quinquenales del socialismo real, el presupuesto anual de las democracias parlamentarias, y el pensamiento tambaleante que, ay, promociona el nuevo hombre.

El relato que hace uno de sus hijos en el mencionado reportaje -Teresa tiene tres, de los cuales dos en paro-, contando cómo paga su madre la farmacia, es realmente estremecedor y emocionante: «Nos permiten ir pagando poco a poco, un día 20 euros, otro diez y así tiramos». Así, como quien come de una miga y la estira hasta que no queda ni la sombra de pan candeal. Y con la misma sensación de humillados y ofendidos se pregunta el hijo a continuación: «¿Se puede dejar a una persona que ha sufrido tanto sin el único ingreso que tenía y teniendo que pagarse las medicinas?». No. Pero al parecer, sí. Estas preguntas, como decía Cervantes en el Quijote, sólo puede hacérselas «el pobre honrado, si es que puede ser honrado el pobre».

Yo estoy seguro, querida Alicia García, que tú te haces todas estas preguntas, y posiblemente más, desde la Consejería de Familia e Igualdad de Oportunidades que presides. Además, como abulense que eres, sabes por tradición teresiana las penurias que pasó la Santa cuando un día, en la Fundación de Toledo, no tenía ni hojarasca «para asar una sardina». Tú que puedes, anda, echa la mano a esta otra Teresa de Valladolid que no te pide que la hagas rica, sino que la restituyas a su antigua pobreza de 358 euros. No pide más, porque entonces le ocurría lo mismo que a las monjitas de la Santa cuando un día tuvieron lo justo para vivir en pobreza: «¡Qué hemos de haver, madre!, que ya no parece que somos pobres».

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