Artes & Letras

El efecto Kulechov

El último premio nacional de la crítica, Fermín Herrero, publica «Fuera de encuadre», a medio camino entre el prudente hermetismo de sus primeros libros y la austera claridad de los últimos

El escritor Fermín Herrero F. HERAS

CARLOS MARTÍN AIRES

Meses después de obtener el Premio de la Crítica 2016 por Sin ir más lejos, Fermín Herrero se ha decidido a publicar un antiguo proyecto que -según él mismo revela en una nota al final del libro- descansaba en un cajón desde hacía «ya mucho tiempo». Quienes conozcan el itinerario estilístico del poeta soriano, percibirán que los versos de Fuera de encuadre se sitúan a medio camino entre el prudente hermetismo de los primeros libros y la austera claridad de los últimos, sin abandonar, eso sí, el inconfundible ritmo lírico propio de Herrero, que suele atribuirse a una sintaxis abrupta y que en realidad obedece a un justo dominio del encabalgamiento y de la musicalidad de la frase. Esta mirada hacia atrás supone un doble rescate: por un lado, se trae a la luz una serie de poemas escritos con anterioridad («decantación / y espera: eso es todo» se afirma en una de las páginas), y, por otro, se procura en ellos salvar ciertos momentos de la juventud que, hasta ahora, habían quedado precisamente «fuera de encuadre» en la obra del poeta.

Técnica cinematográfica

Explorador concienzudo de los recursos de la memoria, Fermín Herrero utiliza esta vez las técnicas cinematográficas para revisar esos instantes o impresiones de su adolescencia que fueron determinantes para forjar al adulto que hoy los revive. Las escenas se suceden a través de diferentes planos de modo que los poemas conforman una única secuencia -de ahí que sólo el primero empiece con mayúscula y sólo el último se cierre con un punto final-. No hay que olvidar, sin embargo, que asistimos al «montaje del director», es decir, que el poeta es consciente de que la selección de las escenas, así como el orden y duración de los planos, alteran la percepción que la audiencia tiene del relato. Este es el llamado efecto Kulechov, que Herrero saca a colación en el poema que abre el libro y que es la cifra para desentrañar la historia: «lo que perdí del gesto, el ímpetu, / está en aquel espejo. / Lo sé, pero mirarse así / es ya imposible». Lo es porque la consecuencia principal del efecto Kulechov es que el espectador toma parte en el proceso creativo, y contribuye con sus propias emociones a la interpretación del significado.

Y cuando digo espectador no me refiero sólo a los lectores, sino al propio poeta, que asiste a la proyección de su vida sin ninguna indulgencia, envuelto en una limpia melancolía del error: «sin duda volvería / sobre todo lo que olvidé al borde / de la luz». El examen del pasado, desde este punto de vista, prescinde de la nostalgia en favor de un reconfortante -si puede decirse- resentimiento, y una aceptación pacífica de las equivocaciones de juventud. ¿Pesimismo? En absoluto. Trasluce la poesía de Fermín Herrero esa grave y paradójica sensatez castellana: el optimista está condenado a sufrir de continuo, porque sus sueños nunca se parecerán a la realidad; el pesimista disfruta de cada día, porque para él cada mañana es un regalo. Tal es el grado de madurez de un poeta que, sin miedo a aventurarse en nuevas vías de creación, asume que todo es susceptible de entrar en el encuadre: «hay que mirarlo todo no vaya / a ser que el tiempo se adelante […] Parar / para mirarse en todo -y salvarnos un poco-».

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