Fernando Conde - Al pairo

Deporte de ley

«El texto del Anteproyecto incide en la igualdad efectiva en el reconocimiento al esfuerzo entre hombres y mujeres»

A mi abuelo, que era un adicto al trabajo, probablemente le hubiera parecido un mamarrachada lo de practicar deporte. A los de su generación el ejercicio físico les venía en el «kit», por imperativo vital. Otra cosa no harían las gentes de los pueblos de Castilla pero, ¿ejercicio…? ¡hasta la deslomadura! Por eso haber convertido la actividad física en una actividad lúdica podemos entenderlo como un gran avance de la sociedad moderna. Hacer deporte puede ser un placer e, incluso, una necesidad cuando, por ejemplo, uno se ha pasado ocho horas sentado en una silla frente a un ordenador. Y el deporte ha cobrado tal pujanza en nuestro tiempo que en España lo hemos venido regulando desde que Solís lo defendiera en aquellas cortes franquistas cargando con vehemencia (y sufriendo por ello un antológico revolcón) contra el latín. Pero esa es otra historia.

Desde entonces el deporte forma parte no sólo de nuestras vidas, sino también de nuestro corpus legislativo. Y en Castilla y León se ha presentado esta semana un anteproyecto para adaptar a los tiempos que corren (porque hoy corren por las calles hasta los tiempos) la ley de 2003 . 15 años de ley pueden no ser muchos si los comparamos con la salud de la que han gozado otras, pero en este caso es cierto que el deporte como concepto, la manera de practicarlo, la diversidad de los mismos y la profesionalización de muchos aspectos obligaban a actualizar el texto legislativo. Y el texto presenta bastantes novedades con respecto al anterior, pero sobre todo, incide en algo muy en boga estos días y de lo que este diario se hacía eco en sus titulares, a saber, la igualdad efectiva en el reconocimiento al esfuerzo entre hombres y mujeres .

Habla bien de la orientación que se le ha dado a la ley el que se pretenda igualar reconocimientos -especialmente cuando son dinerarios- entre hombres y mujeres. Lo que venía ocurriendo hasta la fecha, la asimetría en ese sentido, venía dada probablemente por el efecto arrastre de lo privado en lo público, que «obligaba» a una práctica especular en este sentido. Es decir, el mercado, que es privado, paga mejor a los hombres que a las mujeres simplemente porque aquellos, al menos hasta la fecha, generan más beneficios. Pero esto -a lo que no se le puede poner un pero, porque es la esencia de la ley de la oferta y la demanda-, no debería replicarse en lo público. Y de ahí que la nueva ley sí sea, de facto, un lanza rota en favor de la igualdad de mujeres y hombres . Hecha, además, con política de carne hueso, y no con política ficción ni panfletaria. Éste es el camino para la igualdad real y efectiva.

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