Guillermo Garabito - La sombra de mis pasos

Aterrizaje forzoso

«El soneto, ya advertía Alberti, es una especie en peligro de extinción que no cultivan ya ni los propios poetas»

Guillermo Garabito

En el Madrid de las letras a los jóvenes nos acoge Raúl del Pozo con su magisterio, que consiste en tratarnos bien, en llevarnos a comer donde Lucio y paella otros días. Raúl sabe que vivir de las letras, en periódicos o en libros, las más veces da hambre. El maestro va prestando amigos, fuentes y toda una galería de personajes de la que no recuerdo con exactitud cuando conocí exactamente al periodista Jesús F. Úbeda. De Úbeda dice Raúl que es el mejor entrevistador que se ha echado Madrid últimamente.

Úbeda publica ahora «Aterrizaje Forzoso» (Cultiva Libros), un poemario de sonetos donde deja la entrevista para entrevistarse a sí mismo en una serie personalísima de interviús de catorce versos. «Yo que sé si viví lo confesado», desafía. Madrid siempre es un aterrizaje forzoso, en el que como escribió Jesús Nieto en una ocasión, al final, «se aprende a Madrid».

El soneto, ya advertía Alberti, es una especie en peligro de extinción que no cultivan ya ni los propios poetas. Y como propósito, de aquel recelo, surgió «A la orilla de un pozo» de Rosa Chacel. Una serie de sonetos puros y clásicos en su forma y surrealistas hasta el fondo. Precisamente en Valladolid se presentaba, este sábado, el soneto para el Pregón de las Siete Palabras de este año que ha escrito el poeta Boris Rozas. «¡Cofrades, Cristianos, es Viernes Santo! Cese el viento en su invernal plegaria…» No es que el soneto esté de moda, no vaya a equivocarse el lector, son casualidades de la lírica.

A Jesús nadie le mandó hacer un soneto, por eso sus endecasílabos tienen más mérito. «Catorce, y está hecho». Como si fuera tan sencillo... El arte mayor de las artes. Pero Úbeda sigue diciendo que no se considera poeta. Él es periodista metido a estrella del rock cuando le escribe páginas a Bunbury, en ese Madrid canalla que en las tardes con lluvia de domingo envidiamos en provincias. Ese Madrid, exactamente, de cuando se sienta a entrevistar a Antonio Escohotado y a hablar de drogas con él.

El prólogo de este poemario lo escribe Raúl del Pozo mientras va ejerciendo de hospicio a los jóvenes del oficio en la capital, –pero entre ellos deja notar su predilección por Úbeda–. Y va conectando nombres que apadrina y solos se van juntando. Como Julio Valdeón, paisano en Nueva York y autor del epílogo. Otro de esos nombres habituales en ese territorio de las letras del periódico que tiene por vértice a Raúl, que es un ciprés con canas y corbata. Un ciprés en el sentido hospitalario que le dan al árbol en Tierra Santa. En Madrid, parnaso de las letras, Raúl con su sombra enhiesta va dando la bienvenida a los amigos y a sus libros.

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