El escritor e investigador toledano José Ignacio Carmona posa con su último libro
El escritor e investigador toledano José Ignacio Carmona posa con su último libro - Ana Pérez Herrera

José Ignacio Carmona: «Toledo es la Jerusalén de Sefarad»

El último libro del escritor e investigador toledano es «Toledo. Judíos: curiosidades, mitos y encantarias»

Toledo Actualizado: Guardar
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Desde pequeño, el escritor e investigador José Ignacio Carmona ya se sentía judío, a pesar de criarse en una familia cristiana toledana. Vivió en el barrio de San Antón, donde se descubrió un cementerio judío en 2013, el del Cerro de la Horca. Casualidad o no, Carmona se siente depositario de esa memoria, algo que refleja en su libro «Toledo. Judíos: curiosidades, mitos y encantarias» (Editorial Dauro).

—¿Qué encontrará el lector en el paseo que propone por el Toledo judío?

—En este libro se cuenta, por primera vez, la historia contada por los propios judíos, con temas desconocidos para el gran público, como es el papel que ellos tuvieron y, en concreto, los conversos en el descubrimiento de América.

Además, aparecen determinados guiños a un Toledo costumbrista, como el que hizo el investigador Luis Rodríguez en su monografía «De Salamanca a Toledo con Lazarillo de Tormes», donde hace un recorrido imaginario del protagonista de esta novela por las calles de la ciudad. También aparecen otros personajes típicos de la época, como el buldero, que vendía la bula de la Santa Cruz, o el saludador, un sanador permitido por la Inquisición.

—¿Qué hay de cierto en la típica imagen del judío mago o alquimista?

—En el libro hago una corrección a una idea mía anterior: el concepto de magia nació en la Escuela de Traductores de Toledo. En concreto, este concepto viene de la Escuela de Bagdad, donde se juntó la ciencia griega, la astronomía hindú, la astrología persa o la geografía alejandrina. Todas estas materias tan heterogéneas confluyen en un solo conocimiento y la traen los árabes a la Península Ibérica, donde había un poso cultural de la época romana y visigoda. Ello dio como resultado que en Toledo, en el siglo XV, existieran círculos alquimistas.

—¿Qué personaje histórico del Toledo judío destacaría?

—Por ejemplo, Yehudah Halevi, que fue el primer poeta en lengua castellana. Pero, con Toledo como escenario, destaco la lucha entre los Trastámara y Pedro I de Castilla que provocó una matanza de unos 1.200 judíos, considerada una «shoa» u holocausto por los propios judíos y que supuso el origen de la sinagoga del Tránsito. El rey castellano permitió a la comunidad judía levantar este edificio mediante este tributo de sangre, de ahí que las paredes estén llenas de loas a Pedro I.

—En el estudio del mundo judío, ¿por qué se mezclan muchas veces la historia y la leyenda?

—Primero, porque el peso de ese imaginario colectivo en una sociedad de sospecha continua, con la persecución de la Inquisición, hace que no tengamos constancia de lo que sucedió en realidad. De hecho, en la literatura de la época siempre se asoció al judío con la magia, caricaturizándolo vestido con el capirote, el tabardo y un candil por la noche. Así, llega un momento en el que se desdibuja la realidad, una imagen a la que también contribuye el propio pueblo judío, quizá el más culto pero también el más mitómano.

—Atendiendo a las leyendas que aparecen en su libro sobre el mundo judío en Toledo, ¿con cuál de ellas se queda?

—Me quedo, sobre todo, con una, la del Niño de La Guardia, que es universal y que Lope de Vega la llevó a la literatura. La leyenda cuenta la muerte de un niño en Semana Santa a manos de los judíos. Incluso, en esta localidad toledana, sigue siendo tabú hablar de que eres judío. También está la de Sara y la flor de la pasión, que habla del amor imposible de la judía Sara con un cristiano que acaba con ambos muertos. Una vez enterrados, sus cuerpos dan lugar a la planta con el mismo nombre que el título de la leyenda.

Uno de los arcos de acceso al barrio de la Judería de Toledo
Uno de los arcos de acceso al barrio de la Judería de Toledo - Óscar Huertas

—¿Queda mucho por descubrir del mundo judío en Toledo?

—Toledo, en vez de convertirlo en un parque temático para los turistas, habría que reactualizarlo y meterlo en el siglo XXI a través de proyectos innovadores que den a conocer sus raíces y su historia, como becas y programas de intercambio de jóvenes universitarios, por ejemplo del mundo judío.

—¿Qué supone Toledo para un judío?

—Toledo es tan importante porque es la Jerusalén de Sefarad. El centro de gravedad espiritual se trasladó de Oriente a nuestra ciudad con una escuela talmúdica. Además, no hay que olvidar que los judíos son la comunidad más indígena de la Península Ibérica, ya que hay testimonios reales de la presencia judía en el siglo I, en torno al año 60 o 80 d.C. De los muchos mitos que hay, se habla incluso de que judíos de Israel llegaron después de la primera destrucción del Templo de Salomón. De hecho, los restos más antiguos que se conservan en Toledo son las necrópolis del Pradillo de San Bartolomé, en el entorno del Cristo de la Vega, y la del Cerro de la Horca.

—¿Por qué se interesó por los judíos?

—Yo, precisamente, viví cuando era pequeño en una casa que se asentaba sobre el cementerio judío del Cerro de la Horca y, desde pequeño, siempre dije que quería ser judío, aunque me crié en una familia cristiana. Casualmente, cuando el arqueólogo Arturo Ruiz Taboada comenzó a hacer el estudio de este lugar, aparecieron textos en lápidas que recuerdan a la famosa «piedra del recuerdo» de la diáspora judía. De este modo, se estaría cerrando un círculo del que yo, como descendiente de «anusim», es decir, de judío converso, me siento depositario de esa memoria.

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