Esteban Pérez (izquierda) y Luis Perez (derecha)
Esteban Pérez (izquierda) y Luis Perez (derecha) - ABC

Los últimos testigos del horror nazi

Las vidas de Esteban Pérez, de Portillo de Toledo, o Luis Perea, de Socuéllamos, son algunas de las que recoge Carlos Hernández en «Los últimos españoles de Mauthausen»

Toledo Actualizado: Guardar
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Hace menos de dos años, el 15 de noviembre de 2014, murió a los 103 años Esteban Pérez Pérez, uno de los últimos supervivientes españoles del campo de exterminio nazi de Mauthausen. No pudo superar una operación a causa de una fractura de fémur y, a falta de un mes para cumplir 104 años, falleció en el hospital de Narbona, en Francia, país en el que se quedó viviendo después de la liberación del campo por parte de las tropas aliadas al final de la Segunda Guerra Mundial.

Sin embargo, lo que mucha gente desconoce es que este anciano era natural de Portillo de Toledo, pueblo del que se marchó siendo un veinteañero para participar en la Guerra Civil española.

Esteban Pérez Pérez fue uno de los más de 9.000 españoles que sufrieron las represalias del horror nazi en sus campos de concentración, de los cuales 807 eran vecinos de Castilla-La Mancha, que a nivel porcentual fue una de las regiones con más víctimas, por encima de la media nacional. Toledo fue la provincia originaria de un mayor número de deportados, con 284; la siguieron Albacete, con 162; Ciudad Real, con 148; Guadalajara, con 127 y Cuenca, con 86 prisioneros.

Estos son las datos que ofrece el periodista Carlos Hernández de Miguel, sobrino del prisionero murciano Antonio Hernández Marín y autor del libro «Los últimos españoles de Mauthausen» (Ediciones B). En sus páginas recoge el testimonio directo de Esteban Pérez Pérez y de otros 17 supervivientes entrevistados por él, entre los que se encuentra también Luis Perea Bustos, nacido en Socuéllamos (Ciudad Real), aunque también da voz a otros cinco castellano-manchegos más.

Esteban Pérez Pérez posa con la foto de su liberación
Esteban Pérez Pérez posa con la foto de su liberación

Esteban Pérez Pérez volvió pocas veces a España tras el fin de la dictadura franquista y nunca regresó a Portillo de Toledo «porque tenía miedo a sufrir represalias», tal y como asegura María, la que fuera su mujer. Ya muerto Franco e instaurada la democracia, «lo más lejos que llegó fue a Barcelona», cuenta, para visitar varias veces la Amical de Mauthausen, y una vez más a Madrid para visitar a sus sobrinos.

Con el número de prisionero 5042 de Mauthausen, Esteban fue miembro del Comité de Resistencia organizado dentro del campo de concentración por los españoles para espiar a los nazis, muchos de los cuales fueron capturados en las obras de fortificación de la Línea Maginot durante la II Guerra Mundial. Es por eso que fue nombrado Caballero de la Orden Nacional del Mérito Militar de Francia en enero de 2014 por el presidente francés, François Hollande.

Paso previo por los campos franceses de exiliados en Barcarés, Saint Cyprien y Argelers, los nazis lo capturaron en Dunkerque, lo trasladaron primero a un «stalag» (campo alemán de prisioneros) y más tarde a Mauthausen. Allí trabajó en una fábrica de tuberías y después en la construcción de carreteras y escondites donde los nazis fabricaban el combustible para los cohetes V1 y V2.

Los tres de Camuñas

También es conocida en la provincia de Toledo la historia de los llamados «los tres de Camuñas»Noé Ortega Aranda, Pedro Gallego Romero y Emiliano Yuste Aranda-, tres jóvenes que fueron llamados a filas por la República durante la Guerra Civil española. Al término de la contienda, y una vez exiliados en Francia, fueron deportados por los nazis al campo de concentración de Mauthausen.

Noé y Pedro murieron en 1942 de un paro cardiaco en el campo de concentración, mientras que Emiliano sobrevivió y se instaló en Francia tras la liberación de Mauthausen por las tropas aliadas. En el país vecino estuvo trabajando para Renault, contrajo matrimonio con Dominga, su novia desde los 18 años de Camuñas, donde volvió periódicamente, ya en la década de los 60, para visitar a sus familiares y de vacaciones, hasta su fallecimiento en 2002.

El testimonio de estos tres camuñeros se conserva latente gracias al trabajo de investigación de la Asociación Cultural «La Partida» de Camuñas, cuyo presidente, Pedro Gallego, colaboró con Carlos Hernández de Miguel con el préstamo de material original. Entre esa información, existen tanto documentos oficiales como la correspondencia que mantuvieron con sus familiares durante su reclusión en los campos de exiliados franceses.

Luis Perea Bustos posa con su mujer y su hija
Luis Perea Bustos posa con su mujer y su hija

El testimonio del socuellamino Luis Perea Bustos también es digno de ocupar las páginas de los libros de Historia. Su vida fue difícil desde niño cuando a los 10 años perdió a su madre. En la Guerra Civil española luchó en el frente de Madrid y en las batallas de Teruel y El Ebro. En febrero de 1939 se marchó de España a Francia para malvivir trabajando en una de las compañías de trabajadores españoles. Estaba construyendo fortificaciones en la línea Maginot, en la frontera con Alemania, cuando fue apresado por el ejército nazi y enviado a varios campos de prisioneros.

En 1941 Luis llegó a Mauthausen después de tres días de viaje en el interior de un vagón de tren para ganado. «Abrieron las puertas de los vagones y empezaron a dar patadas y a lanzar los perros. Teníamos que bajar rápidamente. Muchos estaban enfermos con diarrea y con fiebre, pero ahí no se respetaba nada. Estaban enloquecidos y nos pegaban», escribió en sus memorias, donde también recuerda con dolor que «al verlo, pensamos que lo que habíamos pasado no era nada al lado de lo que se nos venía encima. Cada noche pensábamos: 'Hoy hemos pasado, a ver si mañana pasamos el día'. La muerte la teníamos presente a cada instante, formaba parte del vivir de cada día. Ya nos dijeron al llegar que la única forma de escapar del campo era por la chimenea».

En Mauthausen, Luis se ocupaba de limpiar la barraca en la que dormía ante la mirada de un vigilante que no dudaba en maltratarle si algo no estaba a su gusto. Pasó a una fábrica de armamentos, motores y coches en Steyr, pero su situación no mejoró: «Murieron muchos compañeros maltratados, de hambre, de frío… vimos cómo metían a un compañero en un bidón de agua helada y lo dejaban tieso». El día que fueron liberados por las tropas estadounidenses, Luis tenía 27 años y pesaba 30 kilos.

Volvió a Francia para instalarse a Fresnes, adonde llegó sin nada, solo con su traje de rayas de prisionero que tiñó de azul marino y que estuvo usando durante años para buscarse la vida. Allí acabó trabajando de fontanero y conociendo a su futura mujer, María, una española que fue a Francia para emplearse como niñera. Luis murió el 13 de julio de 2014, justo ahora hace dos años, en Hendaya sin que ninguna noche le dejasen de atormentar las pesadillas.

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