Un poema infinito para el día mundial de la poesía

«No nos engañemos, los poetas no cambian el mundo, a Dios gracias»

Los poetas Jesús Marotoy Santiago Sastre suben por la calle Chapinería, en Toledo A.P. Herrera

POR CARLOS RODRIGO

Desde 1999, a iniciativa del poeta y editor bogotano de Opera prima Antonio Pastor Bustamante, y a propuesta de la UNESCO, se celebra el Día Mundial de la Poesía el 21 de marzo , coincidiendo con el equinoccio de primavera.

Equinoccio es una palabra que hace referencia a la idea de igualdad, en este caso del día, que tiene una duración aproximadamente igual a la de la noche en todos los lugares de la Tierra.

En una época en la que se nos llena a todos la boca con alguna idea y multitud de ocurrencias y estadísticas sobre Igualdad, mayormente para vindicarla o resaltarla con intenciones más o menos aviesas: equiparaciones de sexos, derechos, obligaciones, retribuciones, esperanzas de vida, capacidad para hacer el mal, talento para infligir daño a hijos, cuotas en consejos de administración, repartos de altos cargos en comunidades autónomas, de cátedras, bares de alterne, competiciones de gimnasia rítmica… se agradece que un ente tan sexista como la Naturaleza, Dios/a, el Mecánico Celeste, o cómo demonios queramos llamarlo, que se ha mostrado históricamente incapaz siquiera de repartir 24 horas en partes iguales entre el Día y la Noche, tenga el detalle poético de tratar de ser equitativo de vez en cuando.

La Poesía /o, no sé si, como decía en estos días archicitado Gabriel Celaya, es un arma cargada de futuro , pero lo que sí es seguro es que no debe ser un futuro cargado de armas.

La Poesía es un instrumento, desgraciadamente casi nada es un fin en sí mismo, que nos debe alentar y ayudar. No nos engañemos, los poetas no cambian el mundo, a Dios gracias . Pregúntenle, y perdonen el ventajismo, a María Antonia Hanneegar y a la niña Malva Marina cómo sería un mundo gobernado por Neruda. Pero la Poesía sí puede, y debe ayudar a cambiarlo y a hacerlo más habitable, sostenible si quieren, utilizando el epíteto circense y tembloroso ahora de moda.

Poesía íntima que ayude en ese instante solitario y nunca compartido de zozobra . Poesía social que nos despierte y saque a relucir el aspecto más combativo y solidario de nuestra alma. Poesía infantil y asombrosa que nos saque a relucir ese niño al que realmente nos debemos. Poesía clara y cotidiana que nos haga sonreír con esa serenidad que acaricia la felicidad con los dedos. Infinitas poesías para cada tiempo y espacio.

Voy a acabar con un poema que es un pastiche. Un poema del que lo que menos me gusta es no haberlo escrito yo. Un poema del que lo que más me gusta es que puede ser infinito e incorporar versos de todos los poetas de Toledo, del mundo, que están no estando: Enrique Galindo, Jaime Lorente, Dani Modro, tú…

En este poema cada verso es de un poeta distinto. Todos ellos toledanos. Pertenecen a poemas distintos, a libros distintos, a personalidades distintas, a bellezas, a fascinaciones y a sensibilidades distintas.

Este poema es no más que palabras; sí, solo y sólo- que me disculpe la RAE- palabras que juntas me parecen hermosas, igual que las personas, igual que los poetas- algunos también son personas; igual que los poemas me parecen tan removedores, tan evocadores y tan inspiradores como la diversidad de sus versos, esos versos tan distintos que nos hacen tan desconcertantemente iguales.

La simetría del alma (1)

Los ojos que tenías eran tan grandes

que cabía, en ellos, toda la belleza.

Caminabas

con el ligero paso de las aves.

¿Recuerdas

qué éramos eternos el día

de los tobillos en el mar?

Sólo nosotros divisábamos

cómo llegaban

y nos favorecían

y su olor en la piel estaba

de nuestra parte.

Quisimos alimentar el alma

con el pan de un gran milagro,

por encima de todos los problemas

nos tuvimos uno al otro en cada paso.

El cariño se colocó la corona

Y nos sometimos plenamente a su reinado

Enseguida un océano nos separó.

Luego no nos vimos en años.

Ni a ti te importó.

Ni yo le di demasiada importancia.

Eran otros tiempos.

La vida estaba en el aire.

Por eso ahora somos un poco como fuimos

El título del poema, que es un poema en sí mismo pertenece a María de Gracia Peralta que hace pocas fechas presentó un sugerente poemario titulado «La miel tras el muro de enfrente». Los cuatro primeros versos del artefacto pertenecen a María Luisa Mora , cuya obra entre 1986 y 2013 está en «El pan que me alimenta»; los siete siguientes pertenecen a María Antonia Ricas cuyo libro Salir de un Hooper (Celya 2016) me gusta especialmente. Los seis penúltimos son de Santiago Sastre y pertenecen a su apetitoso «Arroz tres delicias», uno de mis poemarios de cabecera. El cierre del Frankenstein son unos versos del insobornable Jesús Maroto , otro poeta toledano que me gusta especialmente.

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