José Rosell Villasevil - SENCILLAMENTE CERVANTES (XXVII)

Seamos coherentes

Miguel es dado de alta en el horrible Hospital de Mesina, el día 23 de abril de 1572: casi seis meses de intenso dolor, luchando entre la vida y la muerte, sobre todo por la gravedad de la delicada herida del pecho

José Rosell Villasevil
TOLEDO Actualizado: Guardar
Enviar noticia por correo electrónico

Me encanta lo que dice de Cervantes, con referencia a sus fuentes de sabiduría, el gran biógrafo e ilustre conquense don Luis Astrana Marín (cito de memoria): Hay en la vida tres grandes Universidades que pueden convertir al ser humano en depositario de profundas experiencias y conocimientos; éstas son el Hospital, el Cautiverio y la Cárcel. En ellas, «cum laude», se doctora el «Regocijo de las musas». Y luego nos ofrece la elevada cita de San Pablo, subrayando la trascendencia humana de Jesús: «Cristo, aprende padeciendo».

Miguel es dado de alta en el horrible Hospital de Mesina, el día 23 de abril de 1572: casi seis meses de intenso dolor, luchando entre la vida y la muerte, sobre todo por la gravedad de la delicada herida del pecho.

En unas condiciones sanitarias muchísimo peores que las que puedan darse hoy en el más triste hospital tercermundista. La lucha titánica de la subsistencia contra la miseria, la muerte, la nada.

Ha sido distinguido, durante su hospitalización -menos mal-, con el grado de «Soldado adelantado» con paga mensual de tres ducados. Cuando hubiese fondos para hacerlos efectivos.

Muy bien. Pero ante los hechos que los biógrafos nos presentan ahora, envueltos en luminosos oropeles, yo busco el apoyo de mis lectores coherentes, preguntándoles: ¿Creen ustedes que un hombre que ha perdido el uso de una mano en Lepanto, aunque sea la izquierda, puede incorporarse normalmente a los bravos Tercios, concretamente ahora en el de don Lope de Figueroa, como no sea rebajado, para su humillación, a los rutinarios servicios auxiliares, y sin ningún camino hacia los aledaños de la gloria?

Efectivamente, estaría en Corfú y en Navarino, así como en Túnez, pero al narrarlo ha de hacelo en segunda persona, en la del Cautivo de «El Quijote», Capitán Ruy Pérez de Viedma: «Halléme el segundo año, que fue el de setenta y dos, en Navarino, bogando en la capitana de los tres fanales. Vi y noté la ocasión que allí se perdió de no coger en el puerto toda la armada turquesca; porque todos los leventes y genízaros que con ella venían, tuvieron por cierto que les habían de atacar dentro del mesmo puerto, y tenían a punto la ropa y pasamaques que son sus zapatos, para irse luego por tierra, sin esperar ser combatidos...»

Magnífico corresponsal de guerra hubiese sido Cervantes, dejando sin efecto a Cabrera de Córdoba, y a otros cronistas de la época en las sombras. La Liga se venía abajo a toda prisa, y el Rey de España, ordenaba la quietud de su flota ante los graves sucesos que acaecían en los Países Bajos.

Si, Cervantes estuvo en la toma de Túnez, contra las órdenes de Don Felipe, lo hizo sufriendo, aunque esta fuese fácil, la imposible participación directa en los hechos.

Estaba perdiendo el tiempo frente a la ilusión del progreso en las Armas, pues su carrera militar había terminado en «la mayor ocasión que vieron los los siglos..» Había, pues, que ir pensando en el regreso a la patria y en la posibilidad de alcanzar allí alguna prebenda.

En una ocasión, cenando junto al eminente historiador don Manuel Fernández Álvarez, le comenté ésta, mi teoría antimilitarista de Cervantes, y no me abofeteó de puro milagro. Espero que en las fuentes del infinito conocimiento, donde mora, piense de otro modo respecto a mi humilde sentido común: el autor de «El Quijote», no fue un militar en el sentido amplio dela palabra, como no fue tampoco recaudador de contribuciones. Ambas cosas fueron casuales -muy importantes, desde luego-, paradójicos cursos en la rica Universidad de su existencia.

Por eso recurrí, y lo reitero, al amparo coherente de mis (legítimos) interlicutores. Miguel, buscando feliz acomodo, va a intentar alcanzarlo por todos los medios, sin saber que en la galaxia está escrito, y bien escrito, cuál es su destino: el «raro inventor», va a ser el abanderado de la novela moderna. ¿Acaso la prebenda es valadí?

Querido maestro, tú mencionas en más de una ocasión la sublime sentencia: «No se mueve la hoja en el árbol sin la voluntad de Dios»·.

Ver los comentarios