ARTES&LETRAS CASTILLA-LA MANCHA: HACERSE EL VIVO

La juguetería de Bergen

«Cualquier cosa con la que soñara un niño, o con la que pudiera haber soñado en caso de saber que existía, estaba allí»

Niños pegados al escaparate de una juguetería

Estaba situada en el centro del pueblo, a escasos metros del hoy abandonado Cine Cervantes. Era enorme, penumbrosa, llena de juguetes colocados en cualquier parte , sin orden ni concierto, caótica como la mente de su propietario. La tienda casi siempre estaba vacía, debido a la mala fama de Bergen , el dueño, de quien se rumoreaba que estaba medio loco, aparte de ser un borracho que se ponía a insultar a los vecinos por la noche.

Uno entraba allí abrumado por tal cantidad de cajas, cachivaches de todo tipo y juguetes extrañísimos por todas partes . Algunos tenían polvo, como si llevaran mucho tiempo en el mismo sitio, sin llamar la atención de ningún niño que quisiera jugar con ellos. Más que una juguetería parecía una tienda de antigüedades . Había de todo. Cualquier cosa con la que soñara un niño, o con la que pudiera haber soñado en caso de saber que existía, estaba allí. Pero no daban la impresión de ser juguetes a la venta sino adquiridos por el dueño para sí mismo, por gusto, para decorar con ellos su vida y sentirse acompañado en su tienda.

Martín Sotelo, escritor

Se lo veía allí al fondo, tras una mesa mostrador, pelirrojo, con sus gafas, atento a algo que estaba leyendo . A veces se levantaba, se iba, volvía, sin mirar a la clientela. De haber robado alguien algún juguete, no se habría enterado ni creo que le hubiese importado lo más mínimo. A mí me daba un poco de miedo , porque aquella actitud suya, a veces ensimismada y de pronto atacada como por cualquier imprevisto, parecía confirmar algunas de esas habladurías que lo presentaban como un hombre chiflado y violento. Mi madre decía que sí, que tenía malas pulgas, pero que era muy inteligente, que tenía dos carreras y que a ella siempre la había tratado con respeto y educación, que era muy listo y sabía muy bien cómo tenía que tratar a cada persona, que lo que le pasaba era que se metían mucho con él y estaba ya harto el hombre.

El último día que estuvimos en la juguetería de Bergen me decidí por un futbolín de aire , con futbolistas estáticos que chutaban al pulsar una tecla. A los pocos días, de tanto chutar, perdí los tres baloncitos de plástico que venían en la caja. Volví a la juguetería con mi madre para ver si tenía más. Voy a ver, dijo Bergen, y empezó a mover cajas como si le fuera la vida en ello y luego se metió a paso decidido en una trastienda y al cabo volvió con unas bolitas diferentes pero del mismo tamaño, de acero. Mira a ver si te sirven estos, me dijo, serio pero orgulloso. Aquellos nuevos balones de acero eran mejores. Metías unos golazos que destrozaban las redes de la portería.

Poco después, la tienda cerró y Bergen se marchó del pueblo . No se supo nada más de él hasta que, al cabo de los años, alguien dijo que lo había visto en Madrid, pidiendo a la puerta de un banco como el que hoy ocupa el lugar de su juguetería. No sé si es verdad. Pero, de ser así, estoy convencido de que a cada persona que le suelte unas monedas le regalará a cambio alguno de sus muchos y extraños juguetes.

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