Jesús Carrobles, en la nueva sede de la Real Academia, en la calla de la Plata
Jesús Carrobles, en la nueva sede de la Real Academia, en la calla de la Plata - ANA PÉREZ HERRERA
ENTREVISTA

«La gran batalla que se libra en Toledo está en proteger el paisaje y los alrededores»

Jesús Carrobles, director de la Real Academia de Bellas Artes y Ciencias Históricas de Toledo

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El arqueólogo Jesús Carrobles lleva poco más de un mes al frente de la Real Academia de Ciencias Históricas de Toledo. Ha aterrizado en tiempos de cambios, tras la inesperada marcha de Roberto Jiménez Silva, estrenando nueva sede en la calle de la Plata y pendiente de organizar su primer centenario que se cumplirá el próximo 16 de junio. Llega rebosante de ideas y con muchas ganas de abrir las puertas de esta casa, valorada en la ciudad, cargada de prestigio, pero muy poco conocida. Jesús Carrobles tiene tres avales para triunfar: su experiencia en la gestión, -como demostró como director de la Fundación El Greco, un éxito cultural que ha marcado una antes y un después en esta ciudad-; su edad, 53 años, -el director más joven en la historia de la institución-, y, sobre todo, su pasión por el patrimonio y su ciudad, Toledo, que ahora tiene que pelear por proteger su paisaje.

En la Real Academia se respira ya ese aire fresco que necesita para despegar sin perder su esencia, ese espíritu de 1916 con el que sentaron las bases para construir un Toledo mejor. En ello están ahora los 25 académicos numerarios y los 300 correspondientes, esos científicos, catedráticos, escritores, pintores y artistas cargados de experiencia, que son los mejores embajadores de Toledo en el mundo, según Carrobles. Les espera un gran año.

—Lleva poco más de un mes en el cargo. ¿Ha podido ya tomar el pulso a la institución?

—Ahora nos planteamos unos criterios de funcionamiento distintos a los que había por muchos motivos, tanto por la evolución de la propia institución como por las posibilidades que nos plantea esta nueva sede. En Casa de Mesa teníamos un salón magnífico y poco más y aquí tenemos unas instalaciones con las que poder trabajar de cara al futuro y poder hacer muchísimas más actividades que las que podíamos hacer en la sede anterior. Queremos convertir este edificio en un centro abierto a la ciudad y de trabajo constante por Toledo.

—¿Cómo se puede cambiar una institución con tanto peso histórico?

—La Academia tenía un modelo de funcionamiento con una tradición, unos actos concretos y unos costes mínimos. pero ahora tiene que dar un salto porque ha adquirido una serie de necesidades nuevas y compromisos distintos. La Academia es consciente de que tiene que haber un cambio, tiene que haber una puesta al día que consiste en saber aprovechar lo mejor de los últimos cien años, que hay mucho, y adaptarse a una nueva realidad que es muy distinta a la de 1916. Lo que hay que hacer es aprovechar la coyuntura, la nueva sede y el centenario de la Academia de cara a hacer la evolución lógica y necesaria de una institución como ésta para asegurar su futuro en el siglo XXI.

—No es su caso, usted tiene 53 años, pero, ¿no es muy alta la media de edad de los académicos?

—Eso ocurre en todas las academias, no solo en Toledo. Cuando llegas a la institución es que has demostrado en tu vida profesional una trayectoria. Las academias son instituciones consultivas del sector público, entidades destinadas a acoger ese conocimiento que se va manteniendo en el tiempo. Acumulan experiencia, que es necesario que exista.

La Academia y su pasado

—¿No se sienten un poco anclados en el pasado?

—Las Academias surgen en el siglo XVIII como elemento de la Administración para hacer determinadas políticas, como elemento consultivo del monarca y han heredado esa figura. Por eso somos Real Academia, porque eran entes inicialmente de consulta del monarca en su labor de Gobierno.

—¿Tiene sentido esa liturgia en la actualidad?

—No podemos renunciar a ese pasado porque sin él no habría, por ejemplo, diccionario de la Real Academia Española. Y no podemos renunciar a nuestra herencia porque, además, estamos orgullosos de él. Una cosa es lucirlo y valorarlo, pero tampoco nos aferramos a conservar un planteamiento de un mundo que ya no existe, pero respetamos el pasado porque es fundamental.

—Pero ese planteamiento, ¿no se aleja un poco de la sociedad?

—Volvemos a lo mismo. ¿Qué es una Academia? Es un lugar al que llega la gente cuando ya ha hecho una trayectoria vital destacada. ¡No hay académicos de 20 años en ningún lugar del mundo! Es un modelo de trabajo distinto. No es un lugar donde cualquiera se pueda apuntar, no es una asociación cultural de amigos. Es un sitio una entidad donde se accede por unos procedimientos reglados muy difíciles y, además, son entidades consultivas para la Administración. Tenemos un valor institucional que no tiene una asociación de amigos.

ANA PÉREZ HERRERA
ANA PÉREZ HERRERA

—¿Qué puede aportar la Real Academia a Toledo en estos momentos? ¿A quién puede ayudar y asesorar?

—¡Muchas cosas! Esta ciudad, esta provincia y esta región funciona hoy por impulsos de legislaturas, es decir, son programas a cuatro años y es necesario que haya instituciones que puedan mantener líneas de trabajo en el tiempo con una lógica y que puedan servir de puente entre legislaturas entre distintos responsables. Una labor de asesoramiento a lo largo del tiempo. Eso no quiere decir que nos quedemos solamente en la parte institucional; creo que también y, cada vez más, hay que abrirse a la sociedad y participar de otra manera porque la Academia está convencida del valor de la cultura, pero está claro que no es la encargada de hacer cultura. Eso sí, vamos a actualizarnos y a cambiar muchas cosas gracias también a las posibilidades que nos da la nueva sede.

El futuro de la ciudad

—Usted habla siempre de recuperar la esencia de principios de siglo. ¿Cuál era?

—Efectivamente. A principios de siglo XX había un debate sobre el futuro de la ciudad y hubo gente que decía que había que tirar media ciudad para construir grandes avenidas para que los trolebuses llegaran a la catedral. ¡Y eso está publicado en los periódicos! Hoy la batalla no está en los grandes trolebuses, la gran tarea de Toledo está en el paisaje y los alrededores. Esas son las batallas que hay que liderar desde instituciones como ésta.

—¿Y cómo se puede hacer eso?

—Generando opinión y aprovechando el conocimiento, con el mismo modelo que en 1916. Se unieron, formaron una Academia y mantuvieron una línea de opinión que fue capaz de influir en la opinión pública para generar un modelo de ciudad. En esa época muy pocas ciudades se dedicaron a conservar porque muy pocas consideraron que podían asegurar su futuro gestionando su pasado. Fue una aportaciones muy toledana. En 1916 no se hacían planes estratégicos de ciudad pero aquí hubo gente que sí hizo su estrategia. Todo eso se pudo hacer gracias a una Real Academia que fue muy influyente. El reto consiste en saber valorar esa capacidad y aprovecharla.

—¿Se ve con fuerzas?

—Absolutamente. Si no, no hubiera dado el primer paso.

—¿Qué le impulsó a darlo?

—Creo que estamos viviendo un momento clave, estamos ante un reto por el centenario, el cambio de la sociedad civil y el cambio de sede. Es un momento de ebullición donde puede salir todo o nada. Y creo que ésta es una institución que tiene un magnífico pasado, pero, sobre todo, lo que tiene es un impresionante futuro.

—Y, ahora, ¿cuál es su hoja de ruta?

—De pasitos cortos, pero dados en la dirección oportuna. Ahora fundamentalmente en lo que tenemos que trabajar es por institucionalizar la Academia dentro de sector público regional. La Academia está todavía con un planteamiento de actuación que heredó de 1916, dependiente de la Administración del Estado, pero el Estado autonómico ha cambiado las normas de juego y tenemos que servir de centro y convertirnos en un socio privilegiado del Gobierno regional para muchas cosas, no solo de la ciudad de Toledo.

—¿Van a ampliar su campo de actuación?

—Sin olvidarnos de Toledo tenemos que ir ampliando al territorio más inmediato, a la provincia y la región. Hay que proteger, por ejemplo, la cerámica de Talavera, su casco histórico, pero todos los pueblos tienen necesidades culturales porque todo el mundo se ha dado cuenta de la capacidad que tiene el patrimonio para generar riqueza. En 1916 plantear que la Academia pudiera trabajar con Puente el Arzobispo era impensable porque eran dos días de viaje. Hay que mantener la estrecha relación con Toledo y su gente pero ampliar el campo de actuación que nos va dar sentido en el siglo XXI.

La mayor preocupación de la Academia

—¿Cuál es la mayor preocupación de la Academia respecto a Toledo?

—El paisaje, sin duda. Hoy a nadie se le ocurre plantear tirar manzanas de casas. A principios de siglo la preocupación era mantener el caserío de murallas para que se mantuviera la esencia de la ciudad y hemos llegado a principios del siglo XXI con una ciudad doblemente privilegiada, con un caserío excepcional, con un conjunto monumental maravilloso y con un paisaje que se ha conservado. Hay muy pocas capitales de Europa que tengan el paisaje que tenemos nosotros y ahora el reto es hacer una buena gestión de ese entorno. ¡Qué diferencia ver un recinto amurallado como el nuestro con un montón de pisos enfrente! Ese es el reto de Toledo. Hay pocas ciudades del mundo que tengan carácter histórico y el peso que tienen y que puedan lucir ese paisaje un entorno tan bien conservado. Y con la capacidad para ser tratado, ser estudiado y mejorado.

—¿Cómo le han recibido las autoridades de la ciudad?

—No me he podido encontrar mejor acogida, más cariñosa y con más voluntad de colaborar. No lo podía ni siquiera sospechar. Ha sido fantástica. Y, a partir de ahí, nos vamos a volcar en una línea de trabajo siempre relacionada con las instituciones pero siempre con esa independencia que le da la Academia. Ese es otro de los valores.

—Usted es miembro de la Comisión de Gerencia de la Real Fundación. ¿Puede confundir o perjudicar ese vínculo su labor en la Academia?

—Son entidades diferentes, que surgen en momentos diferentes, aunque que compartimos un escenario y unos intereses comunes. Somos una Academia provincial y la Real Fundación es de ámbito local. No gestionamos un proyecto como Roca Tarpeya, ni nos dedicamos a hacer restauraciones. Trabajamos con otros criterios porque nosotros somos sector público y una Fundación, en su definición, es privada. Pertenecer a ambas instituciones lo único que demuestra es mi compromiso con mi ciudad, como el que está en dos ONG’s. Es un tema absolutamente personal.

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