ARTES&LETRAS CASTILLA-LA MANCHA

Diario de un jubilado en Nueva York (45): Dos vidas, dos caminos, un mismo final

«El general ya descansa en su Alcázar; el diputado en el suyo. Los dos son ceniza y hasta que el tiempo los convierta en olvido estarán presentes para uno, de cuyo pasado forman parte»

Cementerio de Toledo ..G.PALOMEQUE

POR HILARIO BARRERO

En cuestión de días han muerto en Toledo dos personas que, en lo ideológico, eran el día y la noche, para algunos el bien y el mal, el pasado y el presente, la libertad y la cárcel.

Cada una de ellas formó parte de mi infancia y de mi juventud . Una prolongando lo que en mi familia se creía, se hablaba y se sentía. El dolor y la rabia de dos familiares fusilados por ser gente de orden. La otra descubriendo otras razones, sentimientos, ideas. Las primeras pintadas, las primeras manifestaciones, aquellas tardes «imprimiendo» octavillas en la máquina ciclostil de un compañero, escondiendo el Libro Rojo de Mao, aprendiendo de memoria poemas de Miguel Hernández, escuchando Radio Independiente y frases como estas del médico socialista: «La época de los mítines del periodo preconstituyente, ver cómo se perdía el miedo, cómo volvían las ilusiones. Había que perder el miedo para volver a ser ciudadanos y dejar de ser súbditos».

Las dos personas seguras de su misión en la vida ; una defendiendo el cuerpo de un pasado, de un asedio, la historia de un despacho o de una conversación, la otra curando cuerpos y llenado almas con aires de libertad, de cambio, de no olvidar la memoria histórica e ir borrando nombres de calles, despachos y conversaciones.

A los que fuimos a misa, a un colegio de monjas primero, a los Maristas después, a los que jugamos en las ruinas del Alcázar a buenos y malos (nos decían que tuviéramos cuidado, que nos podía estallar una bomba olvidada de una guerra entre hermanos, cosa que no entendíamos muy bien), a nosotros, digo, nos era difícil no emocionarnos con la historia de un asedio , la vida de un joven que se encerró en el Alcázar y l legó a ser general . «Yo no fui un héroe sino un voluntario que me apuntaba a todo. ¿Valiente?… pues sí, y es que tenía 18 años, lo mejor de mi vida. Pero tengo un recuerdo agridulce por haber cumplido con un deber de patriota y triste por lo que ocurrió en uno y otro bando. También ellos me daban pena».

Los que más tarde fuimos aprendiendo que la larga noche se iba acortando , que los días llegaban con otro tipo de luz, que había cuadernos para el diálogo y tiempo para cambiar colores, comenzamos también a sentir la historia de otra manera. Y hubo un tiempo en que escuchaba a aquel médico en mítines y conversaciones que hablaba de un orden nuevo . Un día, un alcalde de UCD, el primero de la democracia, elogió las palabras del hombrón y uno se dio cuenta de que había sitio para todos: para un general de brigada y para un médico. Un militar y un profesional que han muerto casi al mismo tiempo , que caminaron por caminos distintos que al final les han llevado al camino final.

Con sus muertes se vacía un poco mi infancia y mi juventud . La primera alimentada por historias de muertes injustas, del dolor de una esposa y una madre al ver arrancados a su marido y a su hijo de sus brazos para fusilarlos a unos metros de la casa. La otra entendiendo el valor de una idea, la fuerza de la poesía, el aparente, y también engañoso, sentido de la palabra libertad. Los dos me recordaban una frase que nunca llegué a entender y que repetía uno de los encerrados en el Alcázar: «Tirad, pero tirad sin odio».

El general ya descansa en su Alcázar, el diputado en el suyo. Los dos son ceniza y hasta que el tiempo los convierta en olvido estarán presentes para uno, de cuyo pasado forman parte.

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