José Rosell Villasevil - SENCILLAMENTE CERVANTES (XXXII)

El espejismo de la libertad

Miguel sale de Argel el 24 de octubre de 1580 dejando atrás cinco años de su vida, pero llevándose en el breve equipaje

José Rosell Villasevil
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Miguel sale de Argel el 24 de octubre de 1580 dejando atrás cinco años de su vida, pero llevándose en el breve equipaje, como el de los hijos de la mar, un rico patrimonio de experiencias, un tesoro intangible de saberes; allí ha dejado fama también singular de persona que no le teme a nada ni a nadie, excepto a Dios. Deja incluso objeciones y comentarios negativos, pues no ha faltado el Judas de turno envidioso, rastrero y miserable que difunda mentiras, ejerciendo de prevaricador por los lodazales de Argel. El siniestro individuo tiene nombre y apellido; llamábase Blanco de Paz, cautivo dominico expulsado a la vez de su Orden, cuya calidad humana puede colegirse de uno solo de sus míseros actos: denuncia ante el rey de Argel la última tentativa de fuga de Cervantes, acompañado de buen número de cautivos de alto valor de rescate, a quienes descubren infraganti y a los que no se les aplica el normal castigo, porque Miguel se declara único responsable en la trama de aquel intento de huida; en tanto el repugnante delator recibe, como premio a la hazaña, la vergüenza de una jarra de manteca y el oprobio de una moneda de oro.

Se puede uno ahorrar cualquier tipo de comentario.

Pero Cervantes, que siempre cogió el toro por los cuernos, rebate de inmediato punto por punto, «in situ», la flagrante infamia, en declaración de serios testigos de su vida intachable en el cautiverio, ante escribano público en la propia ciudad de Argel. Cervantes, el hombre que siempre fue por el mundo con la cara muy alta y descubierta. El autor de su Epitafio (Francisco de Urbina) lo reafirmará con exactitud meridiana diciendo: «... de que pudo a la partida,/desde esta a la eterna vida/ir la cara descubierta»”.

Tres días después, al amanecer del 27, avistaría la costa alicantina, y un poco después pisaba tierra patria en el seno de la preciosa Denia. El día 30 lo haría, desde el gozo triunfal de todos los sentidos, en una de las ciudades más hermosas de las costas del Mediterráneo, Valencia.

Jean Canavaggio, en su magnífica Biografía, al llegar a la narración de estas circunstancias, utiliza unos párrafos de «El amante libera», que yo había elegido también y que no me resisto a reproducir: «Otro día vieron delante de si la deseada y amada patria; renovándose la alegría en sus corazones, alborotándose sus espíritus...»

En teoría todo wsto es muy bonito, y así lo celebrará él durante toda su vida. Efectivamente, Miguel va a abrazar a los suyos, principalmente a su madre que nunca le ha defraudado ni lo hará jamás. Pero la madre patria se convierte a veces en dura madrastra, como es el caso de Miguel, y le tratará hasta la muerte con crueldad inusitada.

No andaría ocioso el «hidalgo alcalaíno» durante esos felices días que permanece en la bella ciudad del Turia. Como es norma y costumbre en él, miraría de inmediato hacia el lado cultural, sobre todo literario de la metrópoli con dos primaveras.

El poeta nato que habita en su alma, se siente flotar de alegría como el pez en el agua.

Entre risas y llanto, surgirá anticipada la canción infinita «Ausencias de Dulcinea», que luego cantarán las dulces ninfas y también los rudos pastores enamorados de Sierra Morena; pero, entre tanto, es ineludible pasar por la calle Ferrándiz, que ahí estaba la tienda de libros del ya anciano gigante Juan de Timoneda, el que siendo en su juventud zurrador de pieles, ahora es celebrado poeta, escritor fluido y editor por excelencia del ídolo teatral de ambos, el sublime cómico y autor de los «Pasos»: Lope de Rueda.

Al siguiente mes de diciembre del que será bien movido 1580, Miguel iniciará viaje hacia Madrid; 53 leguas que irá desgranando durante una semana, de nuevo por sus ya casi olvidados viejos caminos. Ante las paredes de Madrid, por Vallecas, le hace detenerse la emoción de doce años de ausencia. No sabe si reír o llorar, y dos pensamientos se disputan la salida. «Desconcierta la vida larga ausencia», que irá al Quijote. Otro, «El andar tierras y comunicar con diversas gentes hace a los hombres discretos», que estaba destinado para «El Coloquio de los Perros». Otro nuevo latía más hondo y se queda perdido en el éter del misterio: «Todo esto estaba escrito, providencialmente, en las estrellas».

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