Cristian Lázaro

Épica y crueldad

Reflexión a propósito del 150 aniversario del coso toledano

Cristian Lázaro
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Alguien me dijo una vez: «Esa película, 'Drive', es muy cruenta. Muy cruel». «¿Por la sangre?», le pregunté. «No, la sangre solo es símbolo de un conflicto interior. El destino es cruel. El destino, que separa al Conductor de Irene». «Pero la acción y el hado que aparecen ahí no reflejan crueldad: reflejan épica». Asocié mi impresión del film neo-noir con una opinión extendida: la fiesta nacional como espectáculo de la crueldad. La animadversión cerril no me impedirá celebrar los felices 150 años de la plaza de toros de la ciudad Imperial.

El dogmatismo de los detractores de la Fiesta no tiene desperdicio: conocí a un taurófobo que en su pueblo se dedicaba a lapidar gatos. Sujetos así de incongruentes dan que pensar.

Comprendo que a los matadores les duelan menos las cornadas que la verborrea de los intransigentes, incapaces de no condenar cuanto no quepa en su microcosmos.

Quienes usan como estandartes de sus desvaríos a Alberti y a Lorca padecen de una aguda desmemoria. Estos poetas se inspiraban con las corridas, tal vez porque hallaban en ellas una metáfora que las performances de los animalistas nudistas sufistas sofistas no contribuyen sino a ratificar: Nuestras vidas son los ruedos cuya banda armoniza hasta la estocada final, que es el morir.

Los toros, se consideren esencia de lo español o no, son mucho más que una baza política: provocan una sacudida que desconecta del confuso y frío siglo XXI. Emana intolerancia coartar un fervor tan legítimo. El deporte, arte o ritual que nos ocupa se percibe como un sustrato rancio a ojos de los más jóvenes. Despojémoslo de prejuicios, rasguemos las etiquetas que lo lastran. El evento taurino cataliza la libertad de un país y de todos los pueblos (ya que ha trascendido fronteras), disminuye la toxicidad de la nueva censura.

Siempre ha habido toros y cañas. Antonio Machado escribió a finales del XIX en la revista «La Caricatura»: «Parece mentira que haya quien se atreva a afirmar seriamente que el arte taurino (...) se encuentra hoy en decadencia. Porque, no obstante las lamentaciones (...) los verdaderos aficionados, los aficionados «enragés», siguen con inmenso interés la suerte de los espadas más notables, reciben telegramas notificando sus triunfos y celebran banquetes en su honor». Los métodos mudan de aires (WhatsApp ha sustituido al telegrama). La pasión es perenne.

El toreo es la superación de una vida vulgar rodeada de cables y tonos grises, la música que perdura en medio del ruido. La experiencia taurina se consolida como una danza alegórica sin efectos especiales que escenifica el gran sueño: el triunfo del hombre sobre la Temida, que en vez de portar guadaña, es astada, y cuyo atuendo puede ser negro, ensabanado, cárdeno, jabonero…

Necesitamos espacios para seguir dando rienda suelta al magisterio de los diestros, nunca pegar el riendazo. Los centros comerciales no pueden suplantar al ágora taurina, ¡más convivencia y menos tartufismo! Y si ciertos individuos especulan con hacer una de pópulo bárbaro y abolir los toros a gran escala, que prohíban primero otros espectáculos por la agresividad que efectivamente generan. La tauromaquia serena, purifica al respetable y no le lleva a organizar grupos de ultras ni induce a arrojar a nadie desde un puente. Algunas de las personas más pacíficas que conozco no se pierden una tarde de toros. Tardes que, como escribió el novelista y poeta Raúl Torres, «huelen a verdad».

Toparse a lo largo de la vida con engendros como el susodicho torturador de mininos, ayuda a discernir qué es maltrato animal y qué no. Una corrida, no. Pegar patadas a los gatos y colgarlo en YouTube, sí. Los toros están regulados desde la Ilustración y, de hecho, han permitido preservar una especie, el toro de lidia. Ir en contra de los toros como fiesta, es ir en contra de los toros como animal. Es irrelevante el maniqueísmo de los informativos y la manera en que ligan unas noticias con otras. Quien abra su mente podrá hallar un sentido épico a la vida en los toros. Nada más alejado del maltrato animal y de la crueldad. Crueles son quienes separan al amante del objeto de su pasión.

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