CULTURA

«Los jesuitas nunca han buscado imponer el cristianismo por la fuerza»

Las hermanas alcarreñas María y Laura Lara hablan a ABC de su libro «Ignacio y la Compañía», ensayo ganador del premio Algaba

Toledo Actualizado: Guardar
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«Cuando el 20 de mayo de 1521 un caballero guipuzcoano resultaba herido de un cañonazo en Pamplona no podía intuir que, en 1540, se convertiría en el fundador de la orden religiosa católica más importante de la historia». Así comienza «Ignacio y la Compañía. Del castillo a la misión», ensayo que ha servido a las hermanas María Lara y Laura Lara para hacerse con el premio Algaba. Las alcarreñas, profesoras de la Universidad a Distancia de Madrid e historiadoras, narran la historia de esta orden, fundada por Ignacio de Loyola en el Renacimiento y que a lo largo de su historia ha protagonizado fuertes encontronazos con el poder político en cualquier parte del mundo donde estuviera representada, hasta llegar a la cima de su poder con la elección de un jesuita como Sumo Pontífice: el papa Francisco.

-¿Cuál es la relación de San Ignacio de Loyola con Castilla-La Mancha?

-Alcalá de Henares, en cuya universidad, cuna del humanismo, fue estudiante en el curso 1526-1527, pertenecía a la archidiócesis toledana. Y Toledo fue una de las principales provincias de la Compañía. En nuestro libro queríamos describir el perfil más humano de Íñigo, aunque no podemos atestiguar la fecha en concreto de la estancia de Ignacio en Toledo.

-¿Cuál es el legado que el santo y su Compañía dejó en la región?

-La vinculación de los jesuitas con nuestra comunidad es amplia. La llegada de la orden a Toledo se produjo tras la defunción del cardenal Silíceo, quien se negaba al establecimiento de aquéllos. Su sucesor, el arzobispo Carranza, les dio el permiso necesario y, en el último trimestre de 1558, se alojaron en el Colegio de Infantes. Luego alquilaron un inmueble cerca de la iglesia de la Magdalena y pasaron por varios edificios hasta que, en 1583, abrieron un colegio propio, el de San Eugenio, en la calle de San Miguel de los Ángeles.

-¿Qué otras huellas de los jesuitas encontramos?

-En pocas décadas, se establecieron en Almagro, Almonacid de Zorita, Belmonte, Cuenca, Daimiel, Huete, Guadalajara, San Clemente, Sigüenza y Villanueva de los Infantes, entre otros lugares. En Villarejo de Fuentes tuvieron un noviciado, célebre no sólo por la instrucción a aspirantes, sino por revelar el magnetismo que suscitaban los hermanos en la comarca conquense a finales del XVI, incluso en personas descreídas o alejadas del precepto dominical. Eran alargadas las filas de parroquianos que querían confesarse con los jesuitas preferentemente.

Tras la expulsión

-¿Cuándo regresaron a la región tras su expulsión de España?

-Tras la expulsión decretada por Carlos III en 1767 y la bula papal de 1773 de supresión de la Compañía, regresaron a Toledo en 1903, bajo el pontificado del cardenal Sancha, que les permitió recuperar la iglesia de San Ildefonso. En 2011 la Casa que la Compañía tenía, en la antigua capital imperial, en la confluencia de la calle Alfonso XII con el callejón de Jesús y María cerró sus puertas ante la falta de vocaciones.

-¿Cuáles fueron las principales figuras que la Compañía ha tenido en la región?

-El primero fue el toledano Alfonso Salmerón (1515-1585). Conoció a Íñigo en París y participó en la fundación de la Compañía. Fue uno de los exponentes de la Contrarreforma, pues Paulo III se convirtió en un entusiasta admirador de la Compañía y eligió a tres jesuitas (Laínez, Lefévre y Salmerón) como teólogos papales en Trento. El alcarreño Pedro Páez Jaramillo -nacido en 1564 en la pequeña localidad de Olmeda de las Fuentes (Madrid) o en Yebes (Guadalajara)- se debate al respecto- fue el primer europeo en beber café y documentarlo y el pionero de los occidentales en llegar en 1613 a las fuentes del Nilo Azul. De muy cerca, de Mondéjar (Guadalajara), aunque un poco más mayor, era Alonso Sánchez, el jesuita que presentó un memorial a Felipe II para realizar la conquista militar de China. En el siglo XVIII el conquense Lorenzo Hervás y Panduro (nacido en Horcajo de Santiago en 1735) fue uno de los sabios más célebres de Europa. Le tocó sufrir la expulsión en tiempos de Carlos III, se trasladó a Córcega y a Forli, donde vivió hasta 1773 con otros jesuitas de la provincia de Toledo, entregado a la investigación científica y lingüística.

-Quizás el más conocido de todos sea el talaverano Juan de Mariana. ¿Qué destacarían de él?

-Fue uno de los pensadores más célebres del Siglo de Oro. Pasó como profesor al Colegio Romano en 1561, año en que Madrid se convertía en capital de la monarquía hispánica. El título con el que Mariana desembarcó en la literatura fue «De rebus Hispaniae», constituyendo la primera Historia de España, única durante más de dos siglos y medio. Fue muy longevo, murió en Toledo con 88 años, siendo un modelo a seguir por jóvenes literatos y científicos. Entre sus discípulos se cuentan nada más y nada menos que Quevedo y Lope de Vega.

-¿Es el Papa Francisco un buen sucesor de la obra de San Ignacio de Loyola?

-En efecto. Los jesuitas nunca han buscado imponer el cristianismo por la fuerza sino que han apostado por la inculturación. Es el lenguaje de la alegría el que el papa Francisco ofrece como hoja de ruta del día a día: salir del propio yo a las periferias existenciales, caminar al encuentro de los olvidados, que los jóvenes «hagan lío» y los pastores huelan a oveja.

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