El mejor embajador

Don Felipe lleva toda su vida preparándose para ser Rey, no es una exageración. No ha hecho otra cosa, no tiene otro objetivo ni otra tarea ni otro deseo que ese

Don Felipe sube la escalera para embarcar en el avión oficial de la Fuerza Aérea Española y emprender regreso desde Jordania CASA DEL REY

EMILIO LAMO DE ESPINOSA

En la mañana del 22 de noviembre de 1975 un niño de siete años llamado Felipe Juan Pablo Alfonso de Todos los Santos de Borbón y Grecia (eso es lo que era entonces, un niño pequeño con un largo nombre), trajeado y encorbatado pero aún con pantalón corto, asistía en el palacio del Congreso a la solemne proclamación de su padre como Rey de España. A su manera infantil, debió entender ya cuál era su futuro, y desde esa tierna edad lleva preparándose para ser Rey. Hoy día 30 cumplirá cincuenta años, los tres últimos (tres y medio para ser precisos) ya como Rey.

Lleva preparándose para serlo toda su vida, no es una exageración. No ha hecho otra cosa, no tiene otro objetivo, ni otra tarea, ni otro deseo que ese. Que se cumplió el 19 de junio del 2014 cuando juró «guardar y hacer guardar la Constitución y las leyes y respetar los derechos de los ciudadanos y de las Comunidades Autónomas», de hecho, era la segunda vez que lo juraba pues ya lo había hecho al ser proclamado Heredero en enero de 1986.

Y desde entonces, con escasos dieciocho años, y ya como Príncipe de Asturias, ha llevado una vida pública especialmente dedicada a la representación de España en el exterior. Pues los Reyes son, sin duda, nuestros mejores embajadores. Por al menos dos razones. La primera la señala la CE al decir que la Corona es símbolo de la unidad y permanencia del Estado. Dos importantes ideas: unidad en el espacio y permanencia en el tiempo. El Rey representa la totalidad de la nación, para lo que debe colocarse por encima de todas sus partes y de todos sus partidos. Y debe representarla en el largo plazo, no a la nación de hoy, sino también a la de ayer y, sobre todo, la de mañana, no a esta generación, sino a las pasadas y a las venideras, lo que sería imposible si hubiera sido elegido por algunos (pero no por otros), y en un ahora temporal que quedaría cancelado en el tiempo.

Un ejemplo: cuando Juan Carlos I llegó a Costa Rica en 1977, el entonces presidente le recibió con estas palabras: «Señor,… hace quinientos años que esperábamos la visita del Rey de España». Cuando el Rey visita América no es el representante de la España moderna, sino la herencia viva de la serie histórica de ocupantes de la Corona de España. Ese doble apartidismo es la principal cualidad de un Monarca y lo que hace de él el mejor representante de la totalidad de la nación, el mejor representante de España.

La segunda razón es que en las democracias todo el juego político se cierra en plazos cortos, rarísima vez más de dos legislaturas. Pero al incorporar la sucesión hereditaria en la Jefatura del Estado se está introduciendo un principio de racionalidad de longue durée, sin plazo de caducidad, por completo ausente en el marco cortoplacista de las democracias conocidas. Isabel II es Reina desde 1952, nada menos que 65 años. Así, la agenda personal de contactos de los Reyes después de décadas en el puesto, es de un valor inconmensurable. Durante su mandato el Rey Juan Carlos visitó más de cien países a una media de seis al año, y cuando dimitió había conocido nada menos que a siete presidentes de los Estados Unidos (desde Ford a Obama). Minusvalorar ese capital social que acumula un Rey (y que un presidente jamás podría acumular) es menospreciar un activo muy valioso que juega a favor del país.

Esta conmemoración se solapa con la de los cuarenta años de la CE de 1978, en un momento en que buena parte de la opinión pública española ha puesto en entredicho tanto la validez de la misma Constitución como la de la Monarquía. Los españoles hemos sido juancarlistas y hoy somos felipistas, pero no monárquicos. Yo también. Y sin embargo, y como hemos visto, la Monarquía democrática aporta al juego político elementos de compensación de gran relevancia que he tratado de destacar en algún trabajo reciente publicado por la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas. Los mejores países del mundo, los más modernos, más eficientes y más justos, son Monarquías parlamentarias. Por algo será.

Comentarios
0
Comparte esta noticia por correo electrónico

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Reporta un error en esta noticia

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Muchas gracias por tu participación