Siete cosas que decían los antiguos viajeros de El Hierro

La isla canaria más alejada de la Península siempre ha llamado la atención a exploradores y navegantes de todo el mundo

Valverde (El Hierro) Actualizado: Guardar
Enviar noticia por correo electrónico

1234567
  1. Pánico a los piratas

    En 1724 Louis Feuillée escribió: "Fondeamos en una ensenada al este de El Hierro. Esta ensenada y todas las costas de la isla están rodeadas de montañas inaccesibles que forman un sinfín de precipicios. No habíamos echado todavía el ancla cuando vimos aparecer en la montaña varios isleños que amenazaron con dispararnos si no cambiábamos de rumbo, pues nos tomaron por piratas. Nuestro capitán, conocido en la isla por varios viajes que había hecho los tranquilizó: mi hábito fue un segundo testimonio de que no éramos piratas. Después de reconocernos bajaron de la montaña, vinieron hasta la orilla a echarnos una mano para desembarcar y nos acompañaron hasta la aldea. Los caminos son muy difíciles, en esta isla todo son precipicios. Llegamos muy tarde y al no saber dónde alojarnos entramos en un convento de la orden de San Francisco. Pedí hospitalidad al superior que primero se presentó y la concedió de buen grado para mí y para los demás. Nos hizo traer alguna fruta, pues no tenía otra cosa que darnos, y ordenó a un religioso que nos preparara unas esteras, ya que no tenían otras camas y pasamos la noche muy bien".

  2. Una miel excelente

    En 1764, George Glass, en su texto sobre la isla, traducido por Francisco Javier Castillo y Carmen Díaz Alayón, expone: "Esta isla produce mejores pastos, hierbas y flores que cualquiera de las otras, de tal forma que aquí las abejas prosperan y se multiplican extraordinariamente y producen miel excelente. Solo hay tres fuentes de agua en toda la isla. Una de ellas se llama Azof, que en la lengua de los antiguos habitantes significa río; un nombre, sin embargo, que no parece habérsele puesto por la abundancia de agua, puesto que a este respecto apenas merece el nombre de fuente. Más hacia el norte hay otra, llamada Hapio, y en el centro de la isla existe una fuente de la que sale un chorro que tiene aproximadamente el ancho de un dedo. Esta última se descubrió en 1565 y se conoce como la fuente de Antón Hernández. Debido a la escasez de agua, las ovejas, las cabras y los cerdos no beben durante el verano, sino que se les enseña a sacar las raíces de helecho y masticarlas para aliviar la sed. El ganado mayor se abreva en las fuentes citadas y en un lugar donde el agua cae goteando de las hojas de un árbol".

  3. Lo que producían los herreños

    El enteradillo de Bory de Saint-Vincent, en 1800, según la traducción de José Antonio Delgado Luis, de la que se hace eco la Fundación Canaria Orotava de Historia de la Ciencia, afirmaba: "En esta isla la tierra apenas produce lo suficiente para alimentar a sus habitantes. Pero seguramente es porque está mal cultivada más bien que porque no sea capaz de producir nada, puesto que se recoge buen vino y bastante cantidad de aguardiente, que se transportan a Tenerife, así como higos, que son tan numerosos que para no perderlos se les extrae un buen aguardiente, que se mezcla con el del vino. El ganado abunda. Se dice que, falto de agua y para calmar la sed, chupan las raíces de una planta llamada gamona, que creo que es el asfódelo, o que beben agua del mar. De esta última forma de calmar la sed existen algunos ejemplos en las islas de los mares del sur. Los bueyes, que no son muy grandes, son famosos por sus carne y se los considera los mejores de Canarias".

  4. La mar océana

    En el año de 1796, según André-Pierre Ledru, con la traducción de José Antonio Delgado Luis, decía: "El Hierro, la más occidental del antiguo continente, es de una forma aproximadamente triangular y está habitada por un pueblo sobrio y laborioso que, al no tener a la vista el cuadro corruptor de ciudades opulentas, ha conservado costumbres simples. Su suelo, montañoso y volcánico, carece de ríos y sólo tiene unos pocos manantiales, que se secan a veces durante el verano. Los vientos son casi siempre del norte, por lo que la isla está con frecuencia cubierta de nubes, lo que ha hecho que los canarios la llamen tierra negra. Defendida por la naturaleza y por el valor de sus habitantes, no tiene ni tropas regulares ni fortificaciones. En 1678 su población era de 3.297 habitantes; en 1745, de 3.687: en 1768, de 4.022, y en 1790, de 5.000. Se recoge poco grano, mucha orchilla y se fabrica aguardiente por un valor que oscila entre 80.000 y 100.000 reales anuales, que se extrae del vino y de los higos. Los pastos alimentan una gran cantidad de ganado y los bosques, ciervos y corzos. También se encuentra la perdiz roja, la avutarda y el faisán. La capital, llamada Valverde, está en el interior, al nordeste, sobre un terreno elevado y rodeado de precipicios".

  5. La calidad de su gente

    En 1800, Jacques-Gérard Milius, "en estos intervalos de tranquilidad, cargamentos de aguardiente del país se exportan hacia la isla de Cuba y la provincia de Venezuela, donde son más apreciados que los aguardientes españoles, y particularmente en La Habana, donde los prefieren y consumen en abundancia. Todo este licor no lo produce solamente Tenerife; las islas de La Palma, Hierro y Tenerife suministran una gran cantidad. De ordinario, los habitantes de dichas islas los envían por su cuenta a Santa Cruz, donde lo compran los comerciantes allí establecidos y lo mandan a las colonias. También se recoge seda, una parte se envía a España y otra es manufacturada en la isla para tafetanes, cintas y medias, que se venden en las islas; una pequeña parte se envía a América. Se cosecha lino, que no saben espadar bien, y que los campesinos usan para hacer telas gruesas y medias, empleando este lino sin mezcla con el de Holanda y el de los países bálticos, que llega a Canarias en gran cantidad".

  6. San Borondón, presente

    Bory de Saint-Vincent afirmaba en 1800 que "hacia comienzos del siglo XVI, habiendo asegurado un marino que había sido arrojado por una tormenta a una isla, a la que había bajado, siendo muy difícil de abordar, se intentó ir a ella. Se aseguraba que esta isla se veía desde La Gomera y El Hierro, que sus tierras eran lo suficiente mente altas para poder distinguirlas desde 40 leguas de distancia, que tenía 87 leguas en una dimensión, 28 en otra y que se extendía de norte a sur. Siguiendo estas informaciones varios pilotos la intentaron alcanzar, pero sus búsquedas resultaron vanas. En aquella época se creía de tal forma en la existencia de San Borondón que en el tratado de paz firmado el 4 de junio de 1529 entre Portugal y Castilla, en el que la corte de Lisboa cedía todos sus derechos sobre Canarias, se mencionó esta tierra imaginaria con el nombre de Non Trubada o Encubierta. […] San Borondón sólo es uno de esos montones de vapores y nubes que asemejan tan bien la forma de tierras, incluso quizá las Salvajes exageradas. Por eso, sin ninguna duda, todos los que dicen haber desembarcado en ella y describen la isla como extensa, no están contando la verdad. En 1759 aún se creía verla desde La Palma y La Gomera, situándola al este-nordeste de Hierro y su punta septentrional a 40 leguas de esta isla”

  7. El Garoé

    "Se dice que antaño la falta casi total de manantiales solo era un ligero inconveniente en Hierro y que nunca faltaba el agua porque un árbol extraordinario la suministraba en abundancia", afirmaba Bory de Saint-Vincent en 1800. "[…] Gonzalo de Oviedo nos relata que destilaba agua por el tronco, las ramas y las hojas, y que parecían auténticas fuentes. El exagerado Jackson dice que habiendo estado en Hierro en 1618 lo vio con sus propios ojos; que era del tamaño de un roble, de 6 o 7 varas de altura, sin flores ni frutos, y que estaba marchito por el día, pero que la cantidad de agua purísima que suministraba durante la noche era suficiente para calmar la sed de 8.000 personas y 100.000 reses. […] Viana, también muy verídico sobre el tema, dice que las hojas absorbían el agua del cielo y que las raíces la devolvían. […] Estoy sorprendido de que cuando Feuillée visitó Hierro se limitara a relatar la historia del garoé, que considera un ensueño, sin haber intentado esclarecer el hecho y visitar el lugar donde había vegetado antaño, pues hay pruebas incontestables de su antigua existencia y de que daba agua a una parte de la isla. Bontier y Le Verrier, contemporáneos del garoé, autores que nos parecen dignos de crédito, dicen que “en lo más alto del país hay árboles que siempre chorrean un agua clara y buena, que cae en piletas a su alrededor, la mejor que se podría encontrar para beber”. Carrasco, que escribió en 1602, unos años antes de la destrucción del árbol, afirma que era muy venerado en toda la isla. […] Abreu Galindo dice que quiso ver por sí mismo lo que era el árbol extraordinario de Hierro. Se embarcó, pues, e hizo que lo llevaran al lugar llamado Tigulahe, que comunica al mar por un barranco en cuyo extremo, junto a un gran roque, se hallaba el árbol santo, que en el país se llamaba garoé".

Ver los comentarios